01. Al desnudo.

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Juanjo podría haber pagado una habitación en un hotel, incluso en uno de cinco estrellas, si es que hubiese alguno en ese pequeño pueblo. De haberlo hecho, quizás no llevaría más de media hora caminando perdido por las calles, todas iguales, blancas y estrechas, bañado en sudor y quemándose la piel por el sol, en busca de la casa donde su hermana había alquilado una habitación: la Villa Lila.

Después de finalmente decidir alejarse del foco público, dejó todo en manos de su hermana Denna, confiando ciegamente en su estrategia de huida. La chica, queriendo actuar con la mayor rapidez posible, hizo un estudio exhaustivo de posibles destinos poco conocidos donde Juanjo pudiera refugiarse al menos por un tiempo. Denna pensó que lo mejor sería que Juanjo se alejara de cualquier hospedaje donde alguien pudiera reconocerlo e importunarlo, así que navegó por páginas web de alquileres rurales, lo más lejano posible de las multitudes de la ciudad. Debería estar lo suficientemente lejos para que la probabilidad de que alguien reconociera a Juanjo fuera casi nula. Otro requisito que impuso fue que el número de habitantes de la zona fuera reducido, con la intención de que su hermano pudiera desconectar de verdad y relajarse.

En cuestión de una semana, Denna había alquilado una habitación en una casa familiar, en un pequeño pueblo al sur de una isla italiana. Contactó con un miembro de la familia, una chica encantadora que no tuvo inconveniente en hablarle acerca del pueblo, de los residentes y de la habitación en alquiler. Aquella chica, llamada Violeta, informó a Denna de que la casa era una villa familiar que habían conservado durante toda la vida, y que se había quedado gigante para ella y su mujer. Solían alquilar habitaciones para viajeros o familiares cuando se daba la ocasión, aunque hacía más de un año desde que alguien se interesara por alquilar un cuarto. Según Violeta, el pueblo no era frecuentado normalmente por turistas; era más residencial que turístico. A Denna le pareció la opción perfecta, pues reunía todo lo que creía que su hermano podría necesitar: tranquilidad, anonimato y lejanía. Por eso, no dudó en pagar por adelantado, alquilando la habitación para los meses de verano; creía que sería suficiente. De cualquier manera, Violeta le aseguraba que no tendría inconveniente si decidiera alargar o acortar la estancia.

Si Juanjo estaba conforme o no, era lo de menos. Desde que todo estalló, ni siquiera sabía si estaba conforme con algo en su vida en general. Sabía que debía marcharse, y confiaba en su hermana, por lo que accedió sin quejarse. Aunque de haber sabido que su hermana le había buscado alojamiento en la zona más perdida de Italia, quizás le hubiera rebatido, o al menos, le hubiera pedido que se encargara de buscarle algún medio de transporte hasta su destino. Caminar en pleno mayo al mediodía, con una guitarra enfundada a la espalda y arrastrando una maleta por caminos de piedra e inclinados, estaba muy alejado de su ideal de desconexión del mundo. Pensó en pedir un taxi, pero tenía dos problemas: no sabía hablar ni una palabra de italiano, y ni siquiera sabía si en aquel pueblo había servicio de taxis. No tuvo más remedio que seguir caminando siguiendo las instrucciones proporcionadas por Denna mediante mensajes de texto, perdiéndose entre callejas y callejones, tratando de admirar el lugar mientras lo hacía.

Las calles estaban vacías a esa hora, aunque dedujo que no sería muy diferente a cualquier otra hora del día según el número de viviendas que se cruzaba. Apenas había cuatro o cinco casas por calle, lo cual parecía ridículo en comparación con la multitud de pisos que encontrabas a cada paso por Madrid. Las calles parecían antiguas, las fachadas pintadas en blanco probablemente desde hacía años a juzgar por el desgaste de los muros, las cornisas de colores diversos, también apagados por el paso del tiempo. Desde que llegó al lugar, podía escuchar el murmullo del mar a lo lejos, el sonido de las olas rompiendo en algún punto de la marea. No fue hasta que comenzó a cruzar un sendero cuando alcanzó a ver el horizonte azul frente a él. Lo admiró durante un rato, pues el sendero continuaba hasta las cercanías de la Villa, que según las indicaciones de Denna, se encontraba a apenas unos metros desde su posición.

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