21. Todo lo que siente Martin.

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Martin.

Se arrepintió al instante. Sabía que se había equivocado, que había escogido mal las palabras. No quería que sonaran como sonaron.

Pablo ni siquiera era una opción cuando tenía a Juanjo tan cerca. Nunca había sido una prioridad para Martin, y menos desde que Juanjo ocupaba la mayor parte de sus pensamientos.

Quizás debería haber sido más claro con Juanjo. Debería haberle dicho que, aunque Pablo seguiría buscándolo al día siguiente, Martin seguiría prefiriendo quedarse con él, y a poder ser, que volviera a agarrarle de la cintura y le rozara los labios con los suyos. Que Pablo podría esperar el tiempo que quisiera, pero que él hacía días que solo esperaba un beso de Juanjo.

Quizás estaba demasiado nervioso para pensar con claridad cuando tenía los labios de Juanjo a centímetros. Solo pensaba en besarlo. Solo quería eso. Y tal vez su cercanía le nubló la mente, dándole rienda suelta a su lengua, que no tenía más plan que buscar un hueco en la boca de Juanjo. No estaba preparado para responder a nada que no fuera un beso.

Entendió el rechazo de Juanjo. Le molestó Pablo. Tan insistente, tan ruidoso, tan inoportuno. Pero tampoco podía culparlo; llevaba días ignorándolo, sin darle señales de vida. No tenían una relación, pero sabía que Pablo era atento y que se preocupaba por él. No podía culparlo por querer saber de él. En el fondo, sabía que si le contaba lo que le estaba haciendo perder el interés por meterse en su cama, Pablo lo entendería. Hablaría con él. Se lo contaría. Sería la primera persona que lo escucharía admitirlo en voz alta...

¿Qué? Oh, no. No me tiréis de la lengua. Ya os lo contará él. Ya os enteraréis, no quiero arruinar el momento. Hemos trabajado mucho para llegar hasta aquí como para soltar la bomba de la nada. Aunque quizás os lo cuente él mismo al final del capítulo, o se lo cuente a Juanjo... bueno, ya está. No me insistáis. Seguid leyendo y ya. ¡Ah! ¡No vayáis directamente al final, por favor! Os juro que lo que viene ahora también merece la pena.

Esa noche, Pablo se fue de vuelta a casa, cansado de esperar. Y ellos, a la cama, probablemente por el mismo motivo: cansados de esperar el momento adecuado para besarse, que parecía no llegar nunca.

Al día siguiente, Martin pintó por la mañana en el jardín. Aún era muy selecto y reservado para enseñar sus lienzos, así que no os diré qué pintaba. Pero era bonito, tenía potencial. Oh, ese verde se parece al color de los ojos de alguien...

Juanjo fue interceptado por Violeta en cuanto se levantó. Le pidió que la acompañara al pueblo a comprar el pan y un par de cosas que iban a necesitar para el almuerzo. Solo podía acompañarla él; Chiara seguía en la cama porque se encontraba mal desde la noche anterior, cuando se terminó una bolsa de chocolatinas entera de una sentada, y Martin estaba demasiado concentrado pintando los ojos de Juanjo.

Joder. Se me ha escapado. Despedidme como narradora. Pero bueno, ya que lo sabéis... qué tierno. Ahí estaba, mezclando tonos verdes y marrones. Trazando pestañas largas y cejas gruesas. Se levantó con esa imagen en la cabeza, quizás porque soñó con eso mismo. Oh, me vuelvo a ir de la lengua. ¡Que alguien me pare! No tengo autocontrol. Será mejor que me calle antes de adelantarme y contaros la conversación de Martin con Pablo... Sí, mejor me callo porque aún no ha llegado el momento. Quizás al final. Ahora vienen unos párrafos intensos.

Martin pasó la mañana bajo la sombra de un árbol, con una paleta de madera manchada de pintura de colores, experimentando con las texturas y tamaños de varias brochas. Estaba concentrado en plasmar los ojos de Juanjo tal y como él los percibía: grandes, vivos, brillantes. Durante todo ese tiempo, no pudo dejar de pensar en el dueño de esos ojos.

Recordó todas las veces que Juanjo le había rehuido la mirada, incapaz de mirarlo directamente. Quizás por temor a mostrar algo que aún no estaba listo para revelar. O tal vez porque sabía que Martin, casi sin esfuerzo, podía leerlo. También pensó en todas las veces que se había sorprendido con Juanjo tratando de leerlo a él, en esos escasos momentos en los que había logrado forzar una mirada que fuera más allá de lo superficial, más allá de lo divertido o travieso. Una de esas miradas, tal vez, fue la que se quedó grabada en la retina de Martin y la que esa noche apareció en sus sueños, la misma que ahora intentaba recrear en el lienzo.

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