04. Un sitio secreto.

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—Hace mucho que no hago esto, Martin...

—Vamos... más rápido.

—Si voy rápido no voy a tardar nada en...

—Déjate llevar, Juanjo.

—No puedo, me... joder.

No era lo que podéis estar pensando. No estaban follando. Por favor, un poco de seriedad, acababan de conocerse. Pervertidas. De hecho, montaban en bicicleta. Lo sé, super erótico e insinuante.

Juanjo había avisado que, si intentaba acelerar para seguir el ritmo de Martin, no tardaría en caerse, como finalmente ocurrió. Ya no era tan ágil como cuando era niño y recorría todo su pueblo en una tarde con el trasto de ruedines que heredó de su primo. Ahora tenía veinticuatro años, casi veinticinco, y estaba demasiado acostumbrado a que su chofer lo llevara de aquí para allá a su antojo. Sus piernas podrían considerarse un complemento más para su cuerpo, que le ayudaban a lucir una altura exquisita, pero en cuanto a actividad, sus extremidades estaban totalmente oxidadas. Además, ¿a quién se le ocurriría salir casi de madrugada a dar un paseo en bicicleta? ¿Quién seguía usándolas en pleno dos mil veinticuatro?

Se clavó una piedra en el trasero al caer entre unos matorrales y necesitó la ayuda de Martin para levantarse e incorporarse. Martin había tenido que dar la vuelta unos pocos metros para alcanzar al chico tirado en el suelo, que se encontraba maldiciendo con rabia a una piedra de la manera más infantil posible. Juanjo se llevó la mano a la zona afectada, sintiendo una punzada de dolor y quemazón.

—¿Bien?

—Sí —asintió Juanjo, aún con la mano en el trasero—. Todavía no entiendo qué estoy haciendo aquí. Yo tendría que estar en la cama, no en las profundidades de estos bosques perdidos.

—¿Profundidades de bosques perdidos? ¿En serio? Aún estamos al lado de la villa. Ni siquiera hemos cruzado el sendero.

—Bueno, lo que sea. Me has entendido. No sé por qué he accedido a esto. Hace años que no monto en bicicleta.

—Relájate, enciende el faro del manillar y vamos despacio. Esto es como el sexo, Juanjo, nunca se olvida como hacerlo.

No tardó ni un segundo en volver a montarse en la bicicleta. Quizás aceleró el ritmo para evitar otra conversación incómoda con el chico más desvergonzado que había conocido en su vida. Realmente no recordaba haber conocido a nadie con tan pocos pelos en la lengua. Y él, que llevaba tan mal dar declaraciones acerca de su vida privada en general y sexual en particular, todavía se escandalizaba.

La explicación podría resumirse en sus encuentros con periodistas del corazón y con sus seguidores después de que todos se enteraran de su relación con Pablo. Cuando un famoso tiene una primera aparición pública con su pareja, todo el mundo parece interesado en conocer sus intimidades, incluso las más morbosas. Sobre todo si su base de fans son mayoritariamente adolescentes hormonales que sienten que el artista les pertenece de alguna manera, o que incluso sueñan con tirárselo. Y si además confirma que sale con personas de su mismo género, ahí están los periodistas más carroñeros en busca de titulares jugosos y alguna declaración con la que especular acerca de su vida. Juanjo solía evitar los comentarios acerca del tema, entre otras cosas porque no influía de ninguna manera en su carrera musical, pero a veces se desesperaba y quería ponerse delante de una cámara y gritar: "Yo también follo. ¡Sorpresa!"

—Puedo escucharte pensar desde aquí. Vaya mente ruidosa tienes.

—¿Qué? —preguntó Juanjo, aún pedaleando unos metros por detrás del chico.

—Cuéntame algo más de ti, anda.

—¿Como qué?

—Pues no sé. Algo. Lo típico que cuentas de ti a alguien que no conoces.

OasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora