28. El último romántico.

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Prepararon una mochila con ropa para los dos. Suficiente para una semana: muchos calzoncillos, varios bañadores y camisas de colores. Todo hecho una bola en el fondo de la mochila. Era lunes, y se iban esa misma tarde.

Bajaron al salón, donde las chicas seguían sentadas en la mesa del jardín, disfrutando de la sobremesa tras el almuerzo. Chiara terminaba un cigarrillo, con las piernas descansando sobre otra silla, mientras que Violeta, para sorpresa de ambos, hablaba por el teléfono de emergencias. Martin frunció el ceño al acercarse, justo cuando Violeta apartó el teléfono de su oído para mirarlos con una sonrisa.

—Anita, la costurera del pueblo —les explicó—. Esta mañana fuimos a verla para terminar el chaleco de Pedro, pero no estaba en casa. La vecina nos dijo que había ido al hospital a hacerse unas pruebas. Solo llamaba para asegurarme de que está bien. Por cierto, Juanjo —dijo, girándose hacia él con una sonrisa—, estamos tejiéndote unos calcetines que te van a encantar.

—Oh, sí —agregó Chiara, emocionada. Luego recordó algo—. ¿Te gusta el rosa fucsia, verdad?

Juanjo recordó los calcetines de los que le había hablado Martin. Feos, pero calentitos. Martin lo miró, con una sonrisa divertida, y Juanjo, tratando de parecer agradecido, sonrió a Violeta.

—Sí, me encanta. Seguro que me gustan, pero no hacía falta.

Las dos asintieron, satisfechas y orgullosas por el regalo que estaban preparando. Martin aún conservaba una pequeña sonrisa en los labios. Entonces Violeta vio la mochila y la bolsa que llevaban, y las señaló.

—¿Os vais a la playa? ¡Poneos crema! El sol está fuerte hoy —dijo Violeta. Martin negó con la cabeza.

—Nos vamos a Crema, unos días. Vamos en bici hasta el pueblo y de ahí cogemos el autobús —explicó Martin. Juanjo de repente se sintió incómodo ante las miradas curiosas de las chicas.

—¿A Crema? —preguntó Violeta, intrigada—. La casa aún no está completamente reformada, y creo que ahora en verano hay muchos turistas.

—Quiero enseñarle el sitio a Juanjo y, de paso, librarme un poco de vosotras dos. Cuando os lo proponéis, podéis llegar a ser agotadoras —respondió Martin, quitándole la cajetilla de tabaco a Chiara—. Me llevo esto, te compro una a la vuelta.

—¡Me debes al menos tres! —se quejó Chiara.

—Pues te compraré tres —dijo Martin, rodando los ojos. Chiara asintió, satisfecha.

Dieron un par de pasos hacia las bicicletas aparcadas a un lado del jardín. Las arrastraron hasta la entrada de la villa y, antes de irse, miraron a las chicas.

—¡Tened cuidado! ¿Lleváis protección? —gritó Chiara desde lejos.

—¡Que sí! ¡Dos botes de crema! —contestó Martin.

—¡Protección de la otra! —aclaró Chiara, haciendo gestos exagerados con las manos—. ¡El sexo seguro es más importante que unas quemaduras de sol!

Juanjo enrojeció, como si literalmente se hubiera quemado por el sol. Martin resopló, sonrió y abrió la puerta de la villa, haciendo un gesto con la cabeza para que Juanjo lo siguiera.

—¡Mucha! ¡Como tres cajas! —exclamó él antes de empezar a pedalear, provocando que Chiara se llevara la mano al pecho, sorprendida.

Las chicas vieron cómo se alejaban, con la mochila colgando de la espalda de Martin y una bolsa en el manillar de Juanjo. Chiara volvió a acomodarse en la silla, dio una última calada al cigarro y lo apagó en el cenicero. Luego miró a Violeta, que seguía observando a los chicos mientras se alejaban, aún con el teléfono en la mano. Violeta se lo llevó a la oreja, pronunció un rápido "hablamos pronto" y miró a Chiara, que la observaba con el rostro torcido.

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