30. Una noche eterna.

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A la mañana siguiente, la luz que entraba por la ventana los despertó, impidiéndoles seguir durmiendo. Juanjo seguía con la cabeza apoyada en el pecho de Martin, que en algún momento de la noche se había convertido en su apoyo perfecto. Martin lo abrazaba por la espalda y la cadera, completamente enredados en el sofá. Desayunaron fresas con chocolate, recordando una escena similar de un tiempo atrás, aunque ahora se permitían jugar más, provocarse y sonreírse con más sinceridad. Juanjo estaba sobre la encimera, y Martin, entre sus piernas, le daba fresas directamente en la boca.

—Son solo las nueve de la mañana y ya estoy cachondo —dijo Martin de repente, sobresaltando a Juanjo. Ambos rieron—. Mira en lo que me has convertido.

Martin se miró de arriba a abajo y luego fijó su mirada en Juanjo, señalándose los pantalones. No mentía: lo estaba, o al menos eso parecía a través de la tela.

—Creo que siempre has sido así —respondió Juanjo, alzando una ceja.

—¿Así como? ¿Cachondo? —dijo Martin, acercándose de nuevo, robándole el aliento con un beso suave y una sonrisa que dejó marcada en su cuello.

—Pasional... —susurró Juanjo dudoso. Martin rió contra su piel—. ¿Sin vergüenza?

Martin lo miró de nuevo, con una sonrisa amplia y las pupilas dilatadas. Rodó los ojos, mordiéndose el labio tras un suspiro.

—Creo que ahora necesito yo una ducha —dijo Martin, separándose un poco. Juanjo lo miró con las mejillas sonrojadas y ladeando la cabeza. Martin hizo una pausa, pensativo, y luego lo miró otra vez—. Porque no creo que sea ni higiénico ni sexy chupártela en una encimera sucia y con la boca llena de chocolate, ¿no?

Juanjo tosió, atragantándose con la fresa que estaba comiendo. Martin sonrió, lo besó y le mordió la mejilla antes de decir algo como "ya me lo imaginaba". Luego se alejó, dispuesto a ir al baño, mientras Juanjo seguía recuperándose en la encimera. Justo antes de que Martin llegara a la puerta, lo llamó. Juanjo se giró para mirarlo.

—Esto sí es una invitación —dijo Martin, desapareciendo detrás de la puerta del baño. Juanjo se quedó mirando la puerta por unos segundos.

Escuchó el agua de la ducha correr mientras deambulaba entre la cocina, el salón y la habitación, dudando si aceptar la invitación de Martin y unirse a él en la ducha. Se puso nervioso. Martin le gustaba demasiado como para no estar a la altura, como pensaba que pasaría. Llevaba mucho tiempo sin acostarse con nadie, y nunca se había acostado con Martin. Solo habían llegado a algunos roces y caricias, pero nunca más allá. Martin le había dicho que había ligado bastante, así que Juanjo asumió que se había acostado con varios chicos. En cambio, Juanjo solo había estado con Pablo, y aunque con él el sexo era bueno, tenían la ventaja de conocerse bien. Pero con Martin no tenía ni idea de lo que le gustaba, de lo que lo haría sentir bien. Sabía que le encantaba que le tirara del pelo cuando se besaban, o que lo besara en el cuello y el pecho. Sabía que le gustaba ver a Juanjo estremecerse bajo su toque. Aún había muchas cosas que descubrir, aunque sentía que había otras que deberían hablar antes de llegar a ese punto.

Cuando Martin salió del baño, con una toalla blanca ajustada a la cadera, sacudiéndose el cabello mojado con las manos, Juanjo lo interceptó en la habitación. Él estaba sentado en el colchón en el suelo.

—No hemos hablado sobre el sexo —soltó rápido. Martin, con una pequeña sonrisa, frunció el ceño.

—Creo que hablamos de sexo todo el tiempo —respondió con una risita, luego preguntó—. ¿A qué te refieres?

—A lo importante del sexo —aclaró Juanjo. Martin lo miraba con curiosidad mientras se ponía los calzoncillos—. Quiero que salga bien cuando pase.

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