38. El sí quiero.

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3 meses más tarde.

Juanjo.

"«Es un honor para mí, como hermano de la novia, dedicar unas palabras a los recién casados. Almudena siempre soñó con encontrar a una persona tan especial como Maxime...». Demasiado formal, ¿no? ¿Quién coño los llama así? ¿Debería cambiarlo ahora? ¿Improviso mejor? No, no puedo improvisar un discurso, estoy demasiado nervioso para hacerlo. ¿Qué podría tomarme para calmar los nervios? ¿Una tila? ¿Valeriana? ¿Un trago de vodka?".

— Juanjo.

Denna, radiante la tarde de su boda, llevaba el pelo rubio miel ondulado recogido con horquillas doradas en la nuca, los mechones largos entrelazados en un moño esponjoso cuidadosamente desordenado; la piel del rostro clara, brillante y luminosa, maquillada sutilmente para un resultado natural, los ojos castaños sombreados en los bordes con tonos tierra y enmarcados por pestañas gruesas, rizadas y largas, y los labios rellenos, delineados con un lápiz labial color rosado, similar al del rubor que coloreaba sus mejillas. La tarde empezaba a caer y quedaban tan solo un par de horas para que la mujer llegara al altar y le diera el "sí, quiero" a su chico.

Juanjo estaba sentado en silencio en la cama de la habitación de Denna, donde ella había estado preparándose durante largas horas con ayuda de sus familiares, peluqueros y maquilladoras. Paseaba la mirada entre su hermana y sus manos, que agarraban el papel lleno de tachones que recogía el discurso que llevaba preparando semanas para la ceremonia. Lo había releído tantas veces que empezó a encontrar desagradable su grafía y a sonar repetitivo en su cabeza.

— ¿Sí?

Denna estaba lista, a falta de colocarse el vestido blanco satinado que descansaba en una percha colgado en la puerta del armario. Había repasado sus votos nupciales en un murmullo frente al espejo por cuatro veces, respirando profundamente después de cada frase. Había suspirado tantas veces que Juanjo creía que se le iban a desinflar los pulmones en cualquier momento.

— ¿No irá a darme plantón, verdad? ¿Te has asegurado de eso? Es una de tus pocas misiones como padrino y como hermano —giró el cuerpo hasta encontrar la mirada incrédula de su hermano. Juanjo levantó las cejas y sonrió, negando con la cabeza.

— Denna —dijo, moviéndose hasta sentarse al borde de la cama, sus rodillas rozando las de su hermana. La chica frunció el ceño—. Relájate —le cogió las manos—. Max está tan convencido y enamorado como tú lo estás. No habrá novio a la fuga, ni ningún lío tuyo del pasado va a presentarse de sorpresa para impedir tu boda, ¿y qué era eso otro que dijiste...? ¿Que Max y tú tengáis algún parentesco familiar del que vayáis a enteraros justo el día que os casáis? Es imposible. Me temo que solo estás nerviosa y terriblemente influenciada por comedias románticas de los noventa.

Denna suspiró otra vez y cerró los ojos. Se aferró con fuerza al agarre de Juanjo, tratando de contagiarse de la aparente tranquilidad de su hermano, que en realidad estaba tan histérico como la futura esposa, pero sabía fingir mejor que ella. Juanjo la miró entonces, le sonrió a pesar de que ella no lo viera, e intentó con fuerza que sus manos resultaran lo suficientemente seguras como para que las de ella dejaran de temblar.

— Estás preciosa, Denna —le dijo cuando ella aún mantenía los párpados cerrados—. Nunca he visto a una mujer tan bonita como tú lo estás hoy. Estoy muy feliz por ti

— Oh, no. Cállate, cabrón. Ni se te ocurra ponerte sensible ahora y hacerme llorar después de cuatro capas de máscara de pestañas —advirtió la chica en mitad de una sonrisa temblorosa en los labios. Juanjo respiró hondo para sofocar el picor en los ojos que amenazaban con aguarse—. Si se me estropea el maquillaje, no me caso, te lo juro, y será tu culpa.

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