35. Deseo, admiración y amor.

4.5K 528 439
                                    

La mañana se colaba entre las cortinas de la ventana, la luz entre las pestañas de Juanjo, molestándole contra los párpados a medio abrir.

Sería el penúltimo sol que le arrancaría el sueño en la casa de Crema, al día siguiente regresarían a la villa.

No abrió los ojos mientras se estiraba en el colchón, ni cuando sus extremidades crujieron por ser forzadas al movimiento después de horas de reposo.

Agarró el borde de las sábanas que se arremolinaban hechas un despropósito a medio camino entre su cadera y sus piernas, se cubrió el pecho desnudo y frío en busca de calidez.

Buscó a Martin con la mano para eso mismo, queriendo sentir el abrigo de su piel cubriéndole la suya. No encontró a Martin a su derecha, tampoco a su izquierda; tampoco encima de él como en la noche anterior, cuando hicieron el amor hasta caer rendidos.

   Cuando llegaron a la habitación, después de andar por media hora de vuelta a la casa desde el centro de la ciudad, Juanjo sentía el corazón más grande que nunca.

Como si de alguna manera hubiera aumentado las dimensiones y la caja torácica se le hubiera quedado dos tallas pequeñas. Acelerado, como si bombeara sangre a doble tempo, las arterias y venas rebosando, la sangre contra las paredes de los capilares sanguíneos amenazando con reventarlos.

A veces lo sentía incluso en las palmas de las manos, en los extremos de los dedos palpitando desbocados; en las piernas, temblando descontrolado en las rodillas, haciéndole perder el control de los movimientos. Lo sentía en todas partes, alegre, vivo y bombeando sangre al ritmo del nombre de Martin.

   Martin había hecho uso de todos sus recursos memorísticos para grabarse la voz de Juanjo en la mente, para recordar el momento que le había regalado para la eternidad y reproducirlo para sí como si de un video se tratara.

De alguna manera, pudo configurar los ajustes de su cerebro para aumentar la resolución de imagen y sonido, y poder repetirla en bucle tantas veces como se le antojó necesario.

   En algún momento, mientras se arrancaban la ropa ansiosos como la primera vez que lo hicieron, alguno de los dos pensó en el deseo, la admiración y el amor como uno solo.

Martin desabrochaba el cinturón de Juanjo con los dedos, usaba los labios para besar y humedecer la base del cuello, y la razón para tratar de entender cómo, a pesar de la impaciencia y la brusquedad, siempre dedicaba unos segundos a admirar la suavidad de su piel, el tacto cálido contra la suya, las marcas y los pliegues, el sabor y la consistencia de la misma entre sus dientes.

El deseo de hacerle suyo, a pesar de todas las veces en las que había declarado serlo, la urgencia de firmar un acuerdo cerrado de exclusividad que hablara de ellos como una unidad inseparable en la que el placer siempre sería compartido y la admiración un daño colateral, la letra pequeña del documento. Un daño colateral que, más que doloroso, era insoportable. Era frustrante que el tiempo no se parara para regalarle el infinito y así poder gestionar y equilibrar el deseo y la admiración, imposible compaginarlo con el placer propio y los jadeos roncos del otro.

   Juanjo era una nueva extensión de lo que significaba el sexo para Martin. Hasta entonces, nunca había sido tan intenso, tan revelador ni tan placentero para él. Nunca se había sentido abrumado por las sensaciones, jamás había priorizado la satisfacción de su compañero por encima de la propia.

Quizás por la admiración.

Porque Martin nunca habría admirado a otra persona de la manera en que admiraba a Juanjo: su piel erizada y frágil al contacto, el temblor adictivo en sus piernas y su voz prodigiosa transformada en un jadeo.

OasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora