19. La bendición de las sirenas.

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Juanjo.

—Ponte un bañador. Te llevo a la playa hoy.

Era sábado. Juanjo llevaba toda la mañana nervioso. Ya sabéis que se pone nervioso con facilidad; casi era un rasgo inherente a su personalidad. Además, Martin siempre le daba motivos para estar inquieto, desde el día en que se conocieron. No había pasado ni un solo día en esa casa sin que se sintiera sobresaltado cuando Martin estaba cerca. Desde el primer día, cuando Martin decidió que sería buena idea pasearse desnudo frente a un desconocido, hasta esa misma mañana, cuando le propuso tener su segunda cita en la playa.

Y por si fuera poco, Martin se había encargado de ponerlo histérico, demente, impaciente por el pensamiento de que ese día lo besaría. Juanjo tenía muchas ganas de besar a Martin. Le atraía, más de lo que ningún chico le había atraído últimamente, y sabía que, al menos en cierta medida, era correspondido. Se sentía deseado por Martin. Además, Martin no había tenido reparo en decirle que le gustaba, que lo encontraba atractivo, que quería besarlo y llevarlo a su cama. También le había dicho que la primera vez que lo besara tenía que ser especial. Y aunque no estuviera programado ni fuera obligatorio que sucediera, el hecho de que Martin propusiera hacer un picnic en la playa solo podía significar que, efectivamente, lo iba a hacer. Se iba a lanzar. Y Juanjo le correspondería. No podría ser de otra manera. Solo de pensarlo se le aceleraba el pulso.

Incluso a mí se me altera el pulso; no son los únicos que quieren besarse. ¡Yo quiero que se besen! ¡Quiero contároslo ya! Ya lo he dicho. De hecho, me gustaría saltar en el tiempo y contaros cómo se dieron cuenta de que hacían más que atraerse físicamente... ¡pero no puedo! Aún no. Todavía tengo que contaros todo lo que pasó antes. Justo lo que va a pasar ahora, por ejemplo. Seguid leyendo. ¿Hicisteis las palomitas?

Martin estaba en la puerta de la habitación después de almorzar. Juanjo se había encerrado allí para, disimuladamente, preparar la ropa que iba a llevar. Quería sentirse guapo y que Martin también pensara que lo estaba. Iba a ponerse esos pantalones grises que había comprado, quizás como una invitación a algo que le daba vergüenza pedir en voz alta. Quizás para que Martin entendiera que quería que se los quitara como el día anterior. O tal vez para asegurarse de que aquella noche terminaría de la mejor manera. Pero cambió de planes; al final, se puso un bañador azul marino y una camiseta blanca, prendas nuevas del día anterior. Pensó que tendría ocasión de volver a ponerse esos pantalones en otro momento. Si hacía falta, se los pondría al volver de la playa, incluso con el cuerpo cubierto de arena, porque Martin le había asegurado que él le ayudaría a quitárselos cuando fuera necesario, y Juanjo sentía que necesitaba a Martin con urgencia.

Martin vio los pantalones preparados y doblados con precisión sobre la cama, y le sonrió de lado antes de irse a cambiarse de ropa. Mensaje recibido. Tocaba esperar.

Juanjo se encontró a Martin esperándolo en la puerta de la casa, con una bolsa de tela colgada del hombro y un bañador corto color naranja que aún no le había visto usar. Se acordaría si lo hubiera hecho; le quedaba demasiado bien como para olvidar esa imagen. Martin llevaba otra de sus camisas, una blanca y fina, algo más corta, cuyo bajo coincidía con la cintura del bañador y dejaba al descubierto la piel de su abdomen al moverse. Juanjo no pudo evitar mirar, ni siquiera cuando Martin lo pilló y le dedicó una de sus sonrisas acusatorias. Tenía que mirar. ¿Cómo no hacerlo? Estaba radiante...

"Venga, dilo. Puedes decirlo. No me censures. Ya hay confianza".

Oh. Vale. Juanjo también pensaba que Martin estaba sexy, que irradiaba sensualidad por cada poro de su piel, en cada movimiento premeditado, en cada gesto de su rostro. Le parecía abrumador lo atractivo que encontraba a Martin. Solo pensaba en las ganas que tenía de...

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