29. La libertad.

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⚠️ en el final del capítulo hay una referencia que podría ser spoiler de la joya de la corona, así que si no lo habéis leído u os falta leer el final, podéis pasar directamente a leer los últimos dos párrafos :)

La casa era grande. No tan grande como Villa Lila, pero bastante más espaciosa que las que Juanjo solía ver en Madrid. Era muy luminosa, con muchas ventanas y varios balcones. Los techos eran altos, y los muebles de madera oscura le daban un aire acogedor. Un pasillo corto desde la entrada conducía al salón, amplio, abierto, y comunicado con la cocina.

—Faltan algunos muebles aún. Y tengo que reformar la cocina en algún momento —comentó Martin mientras caminaba delante de él, guiándolo por la casa.

Juanjo examinaba cada rincón: el suelo de madera, las lámparas colgantes, el sofá gris. Le sorprendió ver una televisión; en Villa Lila no tenían.

—No coge canales, aún no hay señal. Pero puede reproducir CDs. Creo que Violeta dejó su colección aquí una vez que vino —explicó Martin.

Pasaron junto a los ventanales. Juanjo se detuvo a observar las vistas: el jardín trasero, los tendederos de las casas vecinas, las fachadas de colores. Martin lo miró con una sonrisa antes de continuar recorriendo la estancia.

La casa tenía una sola planta, con un pasillo que conectaba las puertas de las habitaciones: una grande y dos pequeñas. También había dos baños.

Martin entró en la habitación principal y dejó la mochila que aún cargaba en el suelo. Juanjo examinó el cuarto: más madera oscura, mucha luz natural entrando por la ventana, y vistas al jardín trasero. Se fijó en el colchón directamente en el suelo.

—Bueno, es lo más parecido a una cama que hay aquí —dijo Martin encogiéndose de hombros.

Juanjo sonrió. Le valía. Mientras fuera lo suficientemente grande como para que Martin pudiera acurrucarse a su lado por las noches, le bastaba. No necesitaba más.

Martin siguió guiándolo por la casa, mostrándole las demás habitaciones y el jardín. El césped verde brillante, las enredaderas que amenazaban con entrar por las ventanas, y las flores de colores adornaban el exterior de la casa.

—Esta casa es preciosa. No me creo que no vengas nunca —dijo Juanjo.

—Yo no he dicho eso —respondió Martin—. He venido varias veces, aunque siempre vuelvo a la villa pronto. No me gusta estar mucho tiempo solo —explicó—. Violeta y Chiara son intensas, pero me encanta vivir con ellas.

—Entiendo —dijo Juanjo—. ¿Y en el futuro? ¿No querrías vivir aquí?

—Quiero que esta casa sea para mis padres. Quiero que vivan aquí. Prefiero que estén cerca de mí cuando sean mayores, no me gusta la idea de que estén tan lejos —explicó Martin. Juanjo asintió—. Yo prefiero seguir viviendo en la villa.

Perdonad que no os diga el nombre del pueblo. Estamos en un momento crucial de la historia y cualquier pista sobre el paradero de Juanjo podría causar un desmadre que no queremos ni podemos asumir. Así que, por ahora, no os lo diré. Quizás al final de esta historia, cuando todo esté en calma, os lo cuente.

—¿Y no crees que querrán volver a la villa? —preguntó Juanjo—. Es su casa de siempre, ¿no?

—Lo harían si no fuera porque envejecer en Crema siempre ha sido su sueño. Se conocieron aquí cuando eran jóvenes. No dudaron en invertir en esta casa cuando tuvieron el dinero —explicó Martin—. Además, el trayecto en coche hasta la villa es incluso más corto que en autobús; tardarían quince minutos en llegar. Villa Lila ya pertenece a Violeta y Chiara, es su casa, aunque nos acojan a nosotros por ser unos pobrecitos —sonrió—. Yo solo me iré de la villa cuando ellas comiencen a llenarla de niños y me quede sin habitación —bromeó—. Y, en ese caso, ya tengo fichada una casa en el mismo barrio.

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