36. La espera.

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Con el ímpetu, la fuerza y la inquietud que supone un terremoto, las chicas cruzaron el umbral de la puerta hacia el hipocentro de la catástrofe natural que había supuesto la semana vacacional de dos chicos enamorados, forzadas a desatar el caos retenido en silencio durante días, acabando, desgraciadamente, con la paz y tranquilidad en la casa de Crema. Martin y Juanjo, en el ojo del huracán sin ser conscientes de ello, eran los principales expuestos a los daños colaterales que empezaban a destruir lo construido anteriormente. El volcán comenzaba a escupir lava ardiente por las esquinas, fragmentando todo a su paso, reduciéndolo a polvo y cenizas.

   Una vez en el salón, solo hubo silencio por unos segundos. El tipo de silencio ensordecedor al notar el temblor del pavimento antes de la sacudida, la ausencia de reacción coherente al ser consciente del tornado formándose alrededor. La misma confusión y anticipación angustiante en los rostros, el mismo cosquilleo nervioso en la boca del estómago.

—Martin —dijo Violeta, con los ojos grandes bien abiertos, moviendo las manos en gesto tranquilizador—. No te preocupes, deja que te expliquemos por qué hemos venido hasta aquí.

Aunque ninguna dio el paso para empezar a hacerlo. Las tres mujeres se miraron entre ellas y después observaron su alrededor, tratando de buscar o encontrar las palabras más precisas, los eufemismos más acertados.

Martin examinó entonces a la chica desconocida que acompañaba a su hermana y su cuñada: pelo largo y dorado brillante, los ojos castaños y las manos nerviosas. Miró de soslayo a la pantalla del teléfono en su mano encenderse y apagarse cuando las llamadas incesantes terminaban por agotarse sin que ella las contestara. Martin, siempre muy observador, se fijó también en la manera en la que aquella mujer se pasaba los dedos entre los mechones del cabello con nerviosismo, insistiendo y tirando con suavidad de las raíces en mitad de un suspiro hondo, y aquel gesto le resultó extrañamente familiar.

—Hablaré yo, dejadme hablar a mí —dijo finalmente la chica rubia. Pareció repasar mentalmente el monólogo interior antes de continuar—. Lo siento, sé que esta no es la mejor forma de irrumpir en tu casa, pero era necesario —aseguró ella—. Tengo que ver a Juanjo.

Martin retrocedió casi por impulso.

El instinto de proteger a Juanjo caminaba siempre dos pasos por delante que el resto de su cuerpo. Se había prometido tantas veces que haría lo imposible por cuidar de él, que sopesó la opción de obligar a todo el mundo a abandonar la casa, incluso el país y el globo terráqueo, sin posibilidad de explicación. A nadie le daría la potestad de tan siquiera acercarse a su tesoro más sangrado y más secreto. Ni una sola persona ajena era bienvenida al templo íntimo que conformaban ellos dos siendo uno.

Lo habría hecho de no ser porque Violeta le asintió con la cabeza con suavidad, dándole a entender que podía bajar el escudo que sostenía con uñas y dientes, con el que lo defendía incansablemente, esconder las armas y dejarles paso, como si del guardián de las puertas del templo se tratara.

—Ahora te explicaremos qué está pasando, pero antes tengo que verlo a él —continuó ella, sus ojos rogando el permiso—. No creo que te pille de sorpresa si te digo que estoy aquí porque las cosas no van bien en España; considero que serás lo bastante inteligente para saber de qué estoy hablando —la chica le miraba esperando encontrar la comprensión que intuía en Martin; él no era ajeno del todo a la realidad que Juanjo trataba de ocultarle—. Pero todo tiene solución si actuamos rápido. Hoy en día solo son trámites legales, un par de declaraciones siendo agradable con la prensa y el resto, pan comido.

"Trámites legales" y "declaraciones a la prensa" sonaba demasiado mal para ser un discurso esperanzador. Sintió el vello de la nuca repentinamente erizado de forma desagradable, incómoda. El cuaderno mental lleno de anotaciones que existía en su cabeza acerca de la vida de Juanjo abrió las primeras páginas para ser completado inevitablemente con trazos nerviosos de plumas de tinta imaginaria. "¿Qué está pasando en tu vida realmente?", "¿Quién cojones es la mujer que quiere separarme de ti?", anotó en cualquier hoja.

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