39. Vida.

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7 meses después de la boda de Denna.

— No va a venir.

A falta de media hora para dar comienzo el último concierto de la gira de Juanjo, con el público vibrando y coreando su nombre a grito pelado, las luces danzando coreografiadas sobre el escenario e iluminando los miles de rostros del foso del Stadio della Luna, Juanjo aún miraba nervioso el reloj de su muñeca, queriendo agarrar las manecillas y tirar de ellas para alargar un poco más el tiempo, por si, de repente y por sorpresa, aparecía.

Hacía casi diez meses desde que Juanjo abandonó Italia después de vivir el verano de su vida, y pasaron demasiadas cosas hasta que, en primavera del año siguiente, volvió a pisar el país para dar por finalizado el tour de su último álbum.

La situación en España, como ya podía intuir, estaba tensa cuando pisó Madrid de la mano de Denna de nuevo, después de meses desaparecido. Aquellos días se parecían bastante a los previos a la marcha de Juanjo después de que se disparara la polémica; a simple vista, nada había cambiado, o quizás lo poco que había avanzado retrocedió después de las fotografías que se difundieron por todos los medios. El caso es que a Juanjo todo le pareció igual de caótico que entonces, pero sí que había algo que había cambiado en ese tiempo: Juanjo había cambiado.

No tuvo más remedio que tomar el valor necesario y plantar cara por primera vez a todo lo que se le vino encima. Estaba aterrorizado, se sintió pequeño de nuevo ante los ojos del mundo. Nunca habría encontrado el coraje si no hubiera sido porque Martin había entrado en juego.

Estaba asustado, pero lo hizo igualmente. Lo hizo porque se sintió repentinamente furioso e incomprendido. Se cansó de soportar un peso inmerecido a la espalda cada mañana y arrastrarlo consigo durante el día, de encontrarle un hueco en la cama en la noche. Decidió deshacerse de los hilos que lo manejaban como títere sin cabeza por el suelo, porque le hacían daño en las costillas y los omóplatos, porque prefería dejar de gastar las punteras de las zapatillas contra el asfalto y porque empezaba a sentirse demasiado vivo como para reducirse a aceptar ser un inerte muñeco de trapo.

Lo hizo también por Denna, porque había peleado con uñas y dientes para defenderlo, tomando el control de una situación que no le correspondía asumir directamente, y de la cual también salió afectada con cansancio físico y mental. En algún momento, Juanjo entendió que solo él tenía que tomar las riendas, ser valiente y fuerte para afrontar la tempestad y lanzarse a pecho descubierto y sin abrigo a la tormenta.

Y también por Martin, porque él no merecía sentirse atado de nuevo.

Y por los dos, porque Juanjo tenía que estar libre y preparado por si él le quisiera de vuelta.

Así que desempolvó sus redes sociales, refrescó su nombre en el navegador web varias veces, leyó todo lo que la gente había escrito en su ausencia. Y como una esponja, lo absorbió todo. Hizo trabajo mental para que las críticas negativas no lo arrastraran de nuevo a la cama por días; las leyó, las aceptó y decidió tomar acción.

Una de sus primeras visitas fue al juzgado. Pablo tuvo que indemnizarlo por orden de un juez después de demostrar que sus declaraciones, todas, eran falsas e injurias contra su persona. Denna se encargó personalmente de que pronunciara un perdón públicamente hacia él y hacia todas las personas a las que había engañado con su discurso de odio. Pablo se bajó los pantalones delante de mil ojos expectantes, y al fin, recibió su deseado momento de fama: cientos de noticias y apariciones en prime time en las que lectores y espectadores lo juzgaron con la misma impenetrabilidad con la que lo hizo el juez, aunque con más desprecio y rabia. Así que, quizás eso mismo con lo que soñaba acabó por condenarlo. Juanjo no sintió lástima, nadie lo hizo en realidad; se lo merecía. Lo último que supo de él es que había empezado a trabajar en una gasolinera en el pueblo.

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