26. Mil palabras precipitadas.

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Las palabras se quedaron flotando en el aire, pesadas, duras, frágiles. Ninguno de los dos se atrevió a rebatirlas al principio. Hacerlo las volvería más reales, subrayarlas les daría más importancia.

Juanjo lo sentía de verdad, echaría de menos a Martin. Echaría de menos la persona que era cuando estaba con él, la que Martin le permitía ser.

Martin también echaría de menos a Juanjo, echaría de menos acompañarlo y sentirse acompañado. Lo extrañaría cuando su habitación volviera a ser la de invitados, cuando la moto se sintiera demasiado grande de nuevo.

Era inevitable, Juanjo lo sabía desde el momento en que Martin empezó a invadir sus sueños. Supo que sería difícil retomar su vida habitual, olvidar esa otra realidad, una en la que Martin y él no eran más que dos desconocidos que, sin darse cuenta, habían comenzado a quererse. Porque eso era lo que estaba ocurriendo, aunque aún no lo comprendieran del todo: se estaban enamorando. Y lo más cruel de algo que recién comienza es saber que podría terminar. Por eso iba a extrañar a Martin, porque nunca había pensado que Martin pudiera tener un fin tan pronto.

Martin también lo sabía. Y aunque siempre fue descarado al hablar, nunca se atrevió a expresarlo de la manera en que lo hizo Juanjo. Antes de Juanjo, nunca se había sentido solo en la isla, pero ahora, ante la idea de su partida, se sentía solo incluso de manera anticipada, pensando en el hueco que dejaría en su pequeña realidad. Porque Juanjo ya era parte de aquello, de la familia que se formaba en la villa, de cada mañana, tarde y noche. Sin él, todo sería diferente. Y Martin no supo en qué momento esto empezó a ser así, en qué momento incluyó de manera natural a Juanjo en su vida. Tampoco sabía qué haría cuando ya no fuera así.

—No quiero tener que echarte de menos.

Fueron las palabras más valientes y sinceras que Martin logró decir. Lo echaría de menos, pero no quería. No le gustaría tener que hacerlo. Y las dijo con intención, deseando que Juanjo las entendiera. No quiso sonar desesperado, no quiso rogarle. Solo quería que analizara las palabras, justo como tan bien sabía hacer, y captara el mensaje: no quiero que te vayas.

Y Juanjo hizo justo eso. Las analizó. Le quemaron en las sienes de tanto repetirlas. Y se replanteó tantas cosas. Cosas que en realidad no podían ser. Porque seguir escondiéndose el resto de su vida era de cobardes, no dar la cara era cobarde.

Tenía muchas cosas que atender aún, mucho que solucionar. Por muy real que fuera Martin, otra realidad aún lo aprisionaba con más fuerza. Estaba escapando. Y estaba mintiendo. Sabía que debía ser valiente. Y aunque tendría que vencer el miedo al regresar a casa y enfrentarse a lo que había dejado allí, la mayor valentía la reuniría cuando tuviera que despedirse de Martin. Porque cuando estuviera de nuevo en casa, se acordaría de aquel chico descarado que disfrutaba haciéndolo sonrojar, de aquellas dos mujeres que se sintieron como familia, del perro que lo recibía con cariño. Se acordaría de su escondite perfecto. Se acordaría de cómo Martin lo protegió allí, tanto consciente como inconscientemente, permitiéndole seguir siendo anónimo, sin preguntas ni reclamos.

Recordaría ese verano como el verano de su vida, entre otras cosas, porque fue el verano en el que se enamoró por primera vez. Aunque esto último aún no lo sabía, sentía que debía contároslo.

—No tenemos que hablar de esto ahora. No sé por qué he dicho eso.

Incluso la isla los echaría de menos. Ya estaba tejiendo una leyenda en torno a ellos, una historia que tal vez nunca llegarían a conocer, una que algún día, en algún lugar, alguien escucharía y contaría a su persona especial, de la misma manera en que Martin lo hacía con Juanjo.

Esa leyenda podría dar nombre al rincón secreto de Martin, donde llevó a Juanjo el primer día que lo conoció, y donde se había escapado tantas noches cuando los pensamientos de Juanjo le robaban el sueño. Porque, aunque Martin rara vez hablaba de su pasado, es justo que sepáis que nunca se había sentido tan ilusionado por alguien. Nunca había experimentado una atracción más allá de lo físico, no como lo que empezaba a sentir por Juanjo. Y no sabía cómo manejarlo. No entendía por qué lo desvelaba, por qué lo hacía buscar respuestas en el reflejo oscuro de aquel lago. Podría ser "Il lago segreto".

—¿Juanjo?

—¿Si?

Y esa leyenda podría contar la historia de dos chicos que se encontraron cuando trataban de esconderse. Quizás los definirían como dos niños traviesos que huían después de alguna travesura, que se escondían hasta que todo se calmara para volver, asegurándose de no recibir ninguna reprimenda. Y esos dos niños se encontraron, escondidos tras unos árboles, y no huyeron; permanecieron juntos, decidieron jugar juntos, se bañaron en el lago, corretearon, se contaron historias y confesaron su travesura. Y pasó el tiempo, y prefirieron seguir jugando un poco más, olvidarse de que alguien los esperaba en casa en busca de explicaciones. Y alargaron el momento tanto como pudieron, porque se sentía bien jugar escondidos en ese lago. Pero la noche llegó, y ninguno era lo suficientemente valiente para seguir jugando en la oscuridad. Y tuvieron que separarse, volver de donde vinieron. Y esos niños también quisieron asegurarse un reencuentro, tallando en algún árbol, con un palo de madera, sus iniciales: M & J. Podrían ser Mario y Julio, pero también podrían ser Martin y Juanjo. Y estos chicos también podrían reencontrarse si algún día volvían a necesitar un escondite, igual que Mario y Julio.

Podría ser el final perfecto para la leyenda, pero también podría no serlo.

Podrían no reencontrarse.

—¿Volverías?

O podrían vivir para siempre en ese escondite.

—Si fuera por mí, nunca me iría.

Y como dijo Martin, lo que tienen las leyendas es que a veces no se sabe el porqué, no se tiene una explicación clara para el final. O, en este caso, aún es pronto para que lo sepáis. Tendréis que esperar al final. Mientras tanto, seguid siendo testigos de cómo M & J se enamoran y tallan sus iniciales en la memoria del otro, sabiendo que lo que están viviendo podría ser tanto un inicio como un final.

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