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Te encontrabas barriendo la tienda de la cabaña del misterio en esa tarde, el sol comenzaba a bajar en el horizonte, pintando el cielo con tonos naranjas y rosados.
El lugar estaba bastante desordenado después de un día agitado lleno de clientes, y el suelo de madera crujía bajo tus pies mientras movías cajas y barrías el polvo que se acumulaba por todos lados.
En la radio, comenzó a sonar una canción que inmediatamente reconociste: "Livin' on a Prayer" de Bon Jovi. Una sonrisa se dibujó en tu rostro mientras empezabas a tararear la melodía, dejándote llevar por el ritmo pegajoso.
—Nanananana... Ooh! Livin' on a Prayer!— cantaste con entusiasmo, sin darte cuenta de que Stan había entrado en la tienda.
Stan, se detuvo en seco al escucharte cantar. Se cruzó de brazos y te observó con una sonrisa. No estaba acostumbrado a ver a alguien disfrutando tanto mientras hacía tareas tan mundanas como barrer.
Sin embargo, había algo en tu actitud desenfadada que le resultaba... interesante.
—¡Hey, chiquilla!— dijo con su voz ronca, interrumpiendo tu canto. Te giraste hacia él, un poco sobresaltada, pero sin perder la sonrisa. —¿Desde cuándo la Cabaña del Misterio tiene conciertos en vivo?— bromeó.
—¡Oh, lo siento, Señor Stan! No me di cuenta de que estaba cantando tan fuerte— te disculpaste, deteniendo la escoba y bajando un poco la cabeza.
Stan soltó una carcajada, sacudiendo la mano para restarle importancia.
—No te disculpes. Esa es una canción clásica. Bon Jovi sabe cómo hacer que la gente se sienta viva—. Se acercó a ti y tomó la escoba, apartándola a un lado. —De hecho, si vas a cantar, más vale que lo hagas bien.
Antes de que pudieras procesar lo que estaba sucediendo, Stan se unió a ti en el coro de la canción.
—Woah, we’re halfway there! Woah, livin’ on a prayer!—.
Al principio, no sabías si sentirte sorprendida o emocionada, pero pronto te dejaste llevar por la energía de la canción y de Stan. Ambos cantaron juntos, olvidando por un momento las tareas pendientes y disfrutando del simple placer de compartir una canción.
Cuando la canción terminó, Stan te dio un golpecito en el hombro y te guiñó un ojo.
—Eres buena, chica. Quizás deberías considerar una carrera en el espectáculo—, bromeó mientras se alejaba hacia su oficina.
Observaste cómo se iba, sintiendo una calidez en el pecho.
Sabías que Stan era duro y a veces difícil de tratar, pero momentos como este te recordaban que, debajo de su fachada de hombre rudo, tenía un gran corazón.
