26⎟ ✶ El heredero

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No estoy muy segura de lo que estoy haciendo.

En realidad, llevo días ensayando y memorizando hasta la última parte de la estrategia. Kaizawo me mira con una ceja enarcada cuando me llevo la taza de café a los labios y me la arrebata para beberla él. Lo miro irritada, pero se limita a sonreír con suficiencia.

—Si sigues con tanta cafeína, te volverás más loca de lo que ya estás.

—Nunca tienes buenos comentarios para mí, ¿o sí?

—Te preparo para la vida, arpía.

Entorno los ojos y me limito a fruncir los labios, en realidad, agradezco que me haya quitado la taza, ya que lo que me mantiene nerviosa no es solamente la junta que tendremos ahora mismo con los directivos. Siento la cara seca porque he olvidado usar crema y por si fuera poco, mi cerebro parece haber dejado de funcionar desde que me desperté esta mañana con un nuevo fragmento que más bien parecía una pesadilla. Los recuerdos me invaden sin poder evitarlo.

—¿Está muerto?

Mamá se mantiene a mi lado en completo silencio, de no ser porque soy consciente de los golpeteos agitados y escandalosos de su pecho, pensaría que acaba de morir también. Sus ojos llorosos buscan los míos, es la primera vez que me mira de esa forma, como si realmente fuera mi madre. Abre la boca para decir algo, pero en ese instante Tristán emite un quejido desde el suelo.

No, no está muerto. Por desgracia.

Del auto desciende Isaías, su rostro está tan pálido que puedo ver el color de algunas de las venas de su frente, los pies parecen fallarle cuando se apoya sobre la tierra húmeda, pero logra avanzar hacia mí para sujetarme la cara con ambas manos. Sus dedos están fríos y me recuerdan a los de un cadáver, su cabello está despeinado y empapado por la lluvia, es la primera vez que todo en él grita caos, la preocupación en su rostro me estruja el pecho y quisiera ser capaz de disolverla con solo mirarlo. Él casi atropelló a padre.

—¿Estás bien?

Asiento, Isaías me abraza, siento su temor al mismo tiempo que los golpeteos de su corazón contra mi pecho. Mi respuesta lo hace soltar un suspiro.

—Lo estoy

—Hay que llamar al doctor —susurra Peggy como si al fin fuera consciente de la magnitud de la escena. Sus ojos van directo hacia Isaías— Hay que llamarlo ahora.

—O podríamos dejarlo morir.

Ambos se giran a mirarme en ese momento, ni siquiera sé por qué he dicho eso, tan solo ha sido lo primero que ha cruzado mi mente y como la electricidad desprendida de un rayo, ha sido lo primero que he querido decir. Por suerte, Isaías sabe que no hablo en serio, saca su teléfono del bolso trasero y llama al doctor.

La lluvia cae a cántaros afuera de la mansión, estoy refugiada en mi habitación con las piernas cubiertas por una colcha amarilla, dicen que el amarillo significa felicidad, pero en mi vida no ha sido más que desgracia, si mi cabello fuese menos rubio y más oscuro podría pasar desapercibido que no encajo demasiado en esta familia.

La señora Hermes entra a mi habitación, lleva su habitual traje gris, el mismo que le he visto usar a diario desde que tenía 11. La miro esperando a que hable, pero en vez de eso se limita a ofrecerme una llave.

—¿Y esto para qué es?

—Lo sabrá cuando llegue el momento, es un regalo de su padre, por el recital que tendrá esta noche.

—¿Y qué es lo que abre?

—Los secretos de la familia Kasper.

2 horas más tarde, recibo la noticia de que mi padre ha muerto o más bien de que ha sido asesinado. Pero nadie sabe por quién.

Legado oscuro [1.0]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora