Legado oscuro [1.0]

31⎟ ✶ La verdad que nos destruyó

Isaías.

Me miro por reflejo del vidrio una última vez, la sala de interrogatorios se siente caliente y la desperación que contornea mis ojeras demuestra que soy la presa, el gran gato se mantiene frente a mí con una irónica sonrisa, luciendo los bigotes mientras juega conmigo entre sus garras.

—Entonces... —La inspectora se cruza de brazos—. ¿En serio no sabías que tu hermana iba a casarse con el jefe de la Alianza de la Rosa Negra?

La miro por segunda vez, su piel oscura brilla ante la luz cálida de la habitación, lleva gafas redondas y el pelo atado en dos trenzas con ligas rosa fluorescente, cualquiera creería que se trata de una mujer obsesionada por la moda pero que para su mala suerte ha terminado en el departamento de crímenes y desmantelamiento de organizaciones.

Suelta un suspiro y agacha la cabeza como si se sintiera decepcionada. Me han mantenido como su rehén durante 24 horas sin poder obtener información, porque estoy tan desconcertado como que ellos. Me estresa que ni siquiera pueda mover las manos al estar esposado a la mesa.

—¿En serio cree que si lo hubiera sabido lo hubiera permitido?

Nunca he sido un fanático de la ley, pero dejar que Colet desposara a un criminal es impensable, mi ignorancia e incapacidad para protegerla la puso en peligro. La frustración me golpea directo al pecho, si tan solo tuviera algo de poder, si realmente fuese hijo de Tristán y no el bastardo de mi madre... ¿Hubiera podido protegerla? El odio que siento hacia mi madre por no habermelo dicho me quema el corazón tanto como la idea de haberle fallado a Colet.

—Los negocios de los Kasper y Lazzaroni comenzaron en un mercado ilegal para el trasplante de órganos. Tu madre era dueña de un hospital, y el señor Lazaroni un importante y respetado médico. El dinero que podrían ganar robando órganos a los pobres pero salvando la vida a los ricos... ¿No te parece una locura?

—¿Qué es lo que intenta decirme?

—Los lazaroni murieron como las víctimas inocentes ante la prensa, pero jamás lo fueron, yo lo sabía así que volví a abrir el caso hace unos meses, con ayuda de unos colegas, y encontré cosas interesantes entre la evidencia.

La inspectora se pone de pie, camina hasta donde se encuentra el otro policía y le quita de las manos una enorme caja. Saca un videocasete de esta y con una sonrisa ácida lo mete frente al aparato que se encuentra en la mesa de metal.

Cuando el vídeo comienza a reproducirse, aparece quien asumo debe ser el señor Lazzaroni, ya que es físicamente parecido al esposo de Colet, el hombre ajusta la cámara y tras un par de tomas enfoca a una mujer escuálida que está sentada en la orilla de su cama, mirando hacia la cámara con una sonrisa nerviosa.

—Ella era la esposa de Lazzaroni —aclara la inspectora.

El hombre se sienta a su lado, besa a su esposa en la frente en el mismo instante en el que la puerta se abre. Mi cuerpo se contrae al percatarme que la mujer que entra es mi madre, luce mucho más joven y vivaz, sin rastro de amargura, lleva el cabello castaño hasta la espalda y una mirada cautelosa. Lazaroni se pone de pie, estrecha su mano y le pide que tome asiento.

—¿Está bien que documente esto? —le pregunta a mamá en el vídeo, ella asiente—. Comenzando con la recaudación de datos número 25, haremos un chequeo para asegurarnos de que todo esté bien.

Miro a la inspectora con incredulidad, ella niega con la cabeza y le adelanta al video.

—Con esto concluimos que el proceso de inseminación fue exitoso —finaliza Lazzaroni.

Me giro hacia la inspectora con el corazón bombeandome hasta los oídos, entonces detiene el video y se gira a mirarme con gran instinto de superioridad. No importa si todo lo que me rodea el juicio es oscuridad, el ratón ha quedado enroscado en la trampa, pero no morirá sin obtener respuestas.