28⎟ ✶ Al fondo del lago

30.7K 2.7K 672
                                    

Nada está bien.

Estoy sentada a mitad del campo, en la casa en la que ahora vivo con Dante, viendo la hierba que se extiende frente a mí y se balancea al mismo ritmo que el eco del viento. Tengo las uñas mordisqueada, porque no he podido hacer otra cosa para calmar el monstruo ansioso y aterrador que me ahoga con cada día que no logró encontrar a mis hermanos.

Marco por tercera vez el número de Isaías, pero el celular está apagado, maldigo en voz baja mientras soy incapaz de dejar de mover las piernas. El sonido para dejar un mensaje de voz comienza en ese instante.

—Hola... no sé si estás escuchando todos los mensajes que te he dejado, pero por favor llámame pronto.

Suelto un suspiro, incapaz de calmarme, si Isaías ha decidido ignorar a todos significa que no debe estar escuchando mis mensajes, pero quiero creer que en algún momento lo hará. Paso una mano por mi cabello y continúo viendo hacia el exterior, es extraño sentirme distanciada de él cuando siempre hemos sido los dos contra el mundo.

Tengo las manos llenas de pintura y el pelo mal atado en una cola alta con algunos mechones pegados por el sudor. Guardo mi teléfono, resignada, y sigo con lo que estaba haciendo. Estoy tan inmersa en los trazos y las formas sinuosas que dibujo que no soy consciente de la presencia de Dante hasta que lo escucho carraspear.

—Es muy malo, ya lo sé —digo con las mejillas sonrojadas mientras intento quitar el lienzo del caballete para que no lo vea.

—No era lo que tenía en mente.

—Bueno, quería pintar la casa donde estamos viviendo. —Arrugo el ceño al notar que mi dibujo y el paisaje frente a mí no se parecen en casi nada excepto en la hierba verde—. Así que es pésimo.

—No estoy de acuerdo, tal vez no refleje la realidad de los objetos, pero creo que refleja bien la realidad que deseas. Es lo que te hace sentir estar aquí.

Sus palabras no deberían afectarme tanto, pero de alguna manera lo hacen. Lo miro devolviéndole la sonrisa cómplice. Me gusta esa idea, sentir que puedo expresarme a través de los trazos y no al revés. Al fin tengo un espacio para sentirme libre y sé con certeza que es a su lado. No ha pasado mucho desde la boda, pero me sorprende lo rápido que me he acoplado a todo, como si al fin hubiese aprendido a navegar más allá de la tormenta. Dante me mira y se sienta a mi lado, lleva el anillo de bodas, no se lo ha quitado desde ese día. Yo tampoco lo he hecho.

—Tienes razón, me gusta este sitio —confieso en voz baja—. Me hace sentir libre.

Y me gustas más tú.

Le doy una ligera sonrisa, aún cuando todo se desmorona, siento que puedo confiar en él. La tranquilidad que me ha traído estos días me hace sentir en casa, por primera vez en toda mi vida siento que estoy justo donde debería.

Pienso en como cada noche lo encuentro en la cocina, siempre creando un platillo distinto para mí, o en cómo finalmente ha encontrado paciencia cada que dejo la pasta de dientes en algún otro sitio. Incluso si la música le molesta, sé que es una barrera que ya he roto con facilidad. Él ha cambiado pequeños actos solo para hacerme sentir cómoda y se lo agradezco.

Hace unos días, me quedé en casa aprendiendo a hornear galletas con Marie, ella sabe hacer muchos postres gracias a su hermana, que solía tener una pastelería, así que le pedí que me enseñara porque estos días he tenido un constante deseo de aprender cientos de cosas, cosas que mi familia jamás me hubiera permitido hacer. Cuando la noche llegó, me quedé sentada en la pequeña isla de la cocina vigilando el horno.

Dante llegó de rescatar a otro grupo de niñas en condiciones deplorables, mencionó que las traerían a la villa, donde los doctores cuidarían de ellas mientras contactaban a sus familias. Luego se sentó de golpe en el sofá, se aflojó la corbata negra y desabotonó el inicio de su camisa, lo que reveló la hendidura de su clavícula.

Legado oscuro [1.0]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora