—¡Helado!
—Hombre, ¿te puedes esperar un poco?—Clarissa, la esposa de Paolo, servía el helado en las copas y su marido pasaba el dedo sobre la crema y se comía las frutillas—. Así no voy a terminar más. Eres un goloso.
Paolo la tomó de la cintura y dejó un beso en el cuello, luego otro y otro. Clarissa se hizo a un lado y dio una risilla.
—Helado y mi mujer, por supuesto que soy goloso—musitó en su oído y le dio un beso ruidoso sobre el cuello que la hizo reír.
—Eres un loco—repuso la mujer—, ve con los chicos.
—No, por favor—rogó—. Esos niños me llevarán directo al manicomio.
—Te has desacostumbrado—explicó Clarissa, entretanto ponía las copas con helado de chocolate y frutillas sobre una bandeja—. Gian y Giulio eran iguales, quizás peores. Estos son adorables, bueno Christa es un poco revoltosa, pero nada fuera de lo común. Tú has perdido la paciencia.
—¿Qué quieres decir?—preguntó Paolo y arqueó una ceja.
—Quizás, no lo sé, a lo mejor es una suposición mía, pero, te estás poniendo un poco, como decirlo, ¿viejo cascarrabias?
—Tenemos la misma edad.
—Sí, pero yo lo llevo bien—contraatacó la mujer y Paolo se fue sobre ella apretujándola—, bueno, ancianito, tampoco te lo tomes tan mal.
Paolo la asió del rostro y la besó. Fue un beso intenso como los que estaban acostumbrados a darse. Italia era exótica en muchos aspectos y en ellos corría sangre del mediterráneo. El amor, el sol y una pasión ardiente que no se calmaba ni siquiera con veinticinco años de matrimonio.
—¿Te gusta cómo besa este anciano?
—Me encanta—Clarissa le mordió el labio inferior—, me atrapa. Lo sabes.
Paolo la estrechó en sus brazos, arregló su cabello negro, el mechón con algunas canas que caía sobre sus ojos entre azul y esmeralda.
—¿Cómo carajo logré que te fijaras en mí?—preguntó Paolo quien se deleitó con esas facciones que lo enamoraron a primera vista. Clarissa se encogió de hombros.
—Tú tampoco estabas tan mal—dijo con una sonrisa y Paolo también le correspondió.
—He estado pensando...
—Ay no, ¿y ese milagro?—bromeó la mujer.
—Tampoco te acostumbres—replicó Paolo y acarició su nariz con la suya—. Tengo una petición que hacerte.
Clarissa le dio una sonrisa con un toque de confusión. Paolo, de pronto, se alejó, buscó en el bolsillo de su pantalón beige y obtuvo un estuche. La mujer abrió y cerró la boca y luego la cubrió con la mano.
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PENUMBRAS S.B.O Libro 13 (Romance gay +18)
RomanceLa vida de Eddie Baltimore siempre fue difícil. Con un padre alcohólico y una madre ausente, su único refugio desde muy temprana edad fue su amigo Mario. Uno que con el tiempo se convirtió en algo más. Alguien por el que estaba dispuesto a dar todo...