—Vamos ternura—Cameron abrazó a Camila—, dime, Dominic, ¿acaso no es linda?
—Es hermosa—dijo el hombre y le acarició la cabecita.
Eddie no se movía del lugar. La culpa lo golpeaba, las consecuencias de su última misión.
—Todo estará bien—Cameron agregó para infundirle confianza—, estamos preparados para lo que sea. Esos hijos de puta no pondrán un pie en la casa de los Callum Joyce. Te lo aseguro.
Eddie confió en sus palabras. Marito no había mejorado, pero se mantenía estable. Solo serían unas horas y, esta vez regresaría, y jamás se separaría de su lado.
Moldavia era un pequeño país de la Europa Oriental con un gran sesgo soviético. Destacaban en la ciudad los monumentos históricos que todavía se mantenían de la época comunista. Grandes bosques y extensas propiedades. Diana Suric lo había elegido como su base de operaciones. Desde allí gestionaba todos los ataques.
«Llegaremos por tierra. Romperemos sus muros e ingresaremos. No conozco la sutileza».
Sven Suric fue claro. Se reunirían a ciento cincuenta kilómetros de Chisinau, la capital esa misma tarde, y, desde allí, lanzarían el ataque a la madrugada. Se hospedarían en una casa de campo por unas horas. Los equipos se conocerían.
—¿Tienes miedo ? —preguntó Mario y Eddie negó mientras iban en el avión.
—¿Y si es una trampa?
—Confío en Étienne—dijo Mario—, él no nos haría algo así.
Mario enredó los dedos de su mano con los de su novio. Brandon iba al lado de Giulio que parecía el más concentrado de todos. Esto era tan personal como para Eddie. Le debían a sus padres y los haría pagar.
—Llegaremos a Chisinau en cinco horas. Intenten descansar.
Fue el consejo que les brindó su jefe. Mario besó la mejilla de su amor y lo pilló por sorpresa.
—Lo siento. Te ves tan lindo cuando frunces el ceño todo reflexivo . —Mario le tocó la frente y Eddie sonrió.
—No te disculpes—replicó—, jamás creí que me acostumbraría tan rápido a tus besos de nuevo.
—Yo los extrañé tanto.
—No más—Eddie lo calló con su dedo índice en sus labios—, estamos juntos.
—Sí—Mario le besó los nudillos—, hasta que Dios diga basta.
—Hasta que nos quite la vida. —Eddie terminó la frase de Mario.
Eddie observó sus anillos. Esos que habían formado parte del pecho de Mario por dos años y medio, y ahora estaban sobre sus dedos. Nunca se los quitó porque, en el fondo, tenía la esperanza de que su amor regresaría. Jamás creyó que sería en medio de tanto dolor y sufrimiento, sin embargo, la felicidad que lo llenaba cada vez que tenía a Eddie en sus brazos compensaba con creces la angustia para él. Era un sentimiento egoísta, Mario lo sabía y había hecho las paces con eso.
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PENUMBRAS S.B.O Libro 13 (Romance gay +18)
RomansaLa vida de Eddie Baltimore siempre fue difícil. Con un padre alcohólico y una madre ausente, su único refugio desde muy temprana edad fue su amigo Mario. Uno que con el tiempo se convirtió en algo más. Alguien por el que estaba dispuesto a dar todo...