28 Aun en las cenizas, me levantaré para amarte

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Mi sol radiante, arena cálida que

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Mi sol radiante, arena cálida que

roza mis manos, aun en las cenizas,

me levantaré para amarte.

—Paz Iribarne




Bruno corrió hacia el interior de la casa una vez más. Los disparos se concentraban en la sala de cine. Contuvo los nervios que lo embargaron. Podía hacer esto. Corrió a través de los pasillos y los diferentes ambientes de la enorme casa que ahora parecía un estadio de fútbol por su extensión. Los hombres, todos ellos, se encontraban apostados y disparaban contra una de las puertas de madera que comenzó a volar en pedazos. Bruno apareció en medio del pasillo y abrió fuego. Dos tipos cayeron abatidos, cinco más respondieron al ataque lo que lo llevó a cobijarse en una de las habitaciones.

—Vayan por él—ordenó uno de los asesinos. Todos llevaban pasamontañas. No los dejaría llegar tan cerca. Eran demasiados y las municiones ajenas no serían una fuente de abastecimiento esta vez.

Los tipos avanzaron en bloque sobre él mientras que el resto retomó la actividad de derrumbar la puerta. Paolo y Clarissa estaban allí. Bruno respiró, sus fosas nasales aletearon. No había salida. Se agachó, apoyado a la pared y extendió su brazo para comenzar a disparar a mansalva. Ellos hicieron lo mismo. Los casquillos caían en una especie de cascada de color dorado. Un tiro directo a su mano y el rifle de Bruno voló junto a su índice y pulgar. Su grito llenó el extenso pasillo en ruinas. La puerta de la sala de cine terminó de volar en pedazos y los disparos se extendieron. Bruno escuchó los pasos que venían hacia él. Escuchó los gritos de sus amigos, de ese pequeño ser que no entendía porque la vida debía ser tan cruel. Estaban condenados.

Bruno se afirmó sobre la pared nívea que quedó manchada de sangre. Respiró y conectó con el dolor de su mano, con la angustia de los disparos y los aullidos de dolor de Clarissa, Marito y Paolo. Los tipos llegaron a donde él estaba. Los apuntaron con sus rifles, y una vez más, su ángel protector, le mostró que no era hora de marcharse.

Los tipos se movieron como electrocutados ante el impresionante poderío de las balas detrás de ellos. Sus verdugos pronto se convirtieron en simples cadáveres, hombres que pasaron al otro mundo en un pestañeo.

Bruno parpadeó, sus ojos se estaban cerrando ante la pérdida de sangre. La conciencia pendía de un hilo que estaba a punto de extinguirse. Vio sombras que se acercaron. Dos hombres conocidos, las lágrimas corrieron por las mejillas de Bruno, una mezcla de alivio y congoja. Sus ojos se cerraron.

—Resiste, estamos aquí.

***

La puerta comenzó a volar pedazo a pedazo por los aires. Clarissa, algo mareada por la pérdida de sangre, sostuvo entre sus brazos a Marito cuyo corazón estaba a punto de salirse de su pecho. Paolo tenía en sus manos dos rifles. Observó a la mujer a su lado que se mostró estoica.

La mujer poderosa de la cual se enamoró cuando solo era un adolescente aquella tarde en la Cerdeña. El sol acariciaba la piel dorada de ojos felinos y cuerpo esculpido por los dioses. Paolo se juró a sí mismo que esa mujer sería suya, y que pasaría su vida con ella, sin importar lo que tuviera que hacer para conquistarla. La enamoraría cada día, la miraría y la besaría como la primera vez que tocaron sus labios.

—«Mi sol radiante, arena cálida que roza mis manos, aun en las cenizas, me levantaré para amarte».—La voz de Paolo se entrecortó luego de aquella promesa de amor indeleble.

Las lágrimas corrieron por el rostro bañado de sudor y sangre de su amada. Lo tomó de la mano como aquella vez hacía veinticinco años. Imborrable, único, etéreo, el más hermoso de los hombres, el único que la llevaba al cielo y la hacía arder en el más dulce de los infiernos.

—Que así sea, amor—respondió la mujer—, más allá de la muerte.

Paolo observó a Marito que tenía lágrimas en los ojos. El miedo, el dolor reflejado en ese rostro. El hombre le sonrió y le besó la frente.

—Lo lamento, cariño. Lamento haberle fallado a tu padre. Lamento saber que jamás me perdonará.

Clarissa también besó la cabecita rubia y le acomodó el cabello. Como si se tratara de un milagro, Marito sonrió.

—¡Mamá!—exclamó con alegría y a Paolo se le encogió el corazón. Clarissa lo abrazó con todas sus fuerzas.

—Sí, cariño. Pronto estarás con ella, y nosotros te acompañaremos.

***

Ciudad del Cabo, Sudáfrica.

Media hora antes.

Danisa apretó el acelerador de la camioneta en la carretera. Observó a la todoterreno negra que la perseguía. Tragó saliva y se concentró en su objetivo.

«Ve por Jared, Dominic o quien puta sea, pero tráenos ayuda».

Observó a través del espejo retrovisor a sus hijos y a Camila. Los pequeños continuaban llorando. Se limpió los ojos al pensar en Marito. Dios, solo pedía que sobrevivieran.

Presionó el acelerador cuando la Range Rover gris que venía en el carril contrario le dio una oportunidad. Le hizo seña de luces, los ocupantes respondieron. Dani pasó a toda velocidad a su lado ya que el vehículo que la perseguía no cesaba. No tenía su celular, ninguno lo tenía de hecho. En su desesperación habían dejado todo. Su única esperanza eran sus hermanos y sus cuñados que dieron un brusco giro de su camioneta y fueron tras ella.

La camioneta negra que la perseguía se puso a su lado. Dani dio un suspiro, su rostro y cuerpo hinchados que dolían como nada. Se la debían, esos bastardos se la debían. La mujer dio un volantazo y embistió de costado a la camioneta que la perseguía. Era un movimiento arriesgado. A ciento ochenta kilómetros por hora, un movimiento de ese calibre podía hacerla volcar y todo estaría perdido.

Dani apretó sus dientes y lo hizo una vez más. La camioneta negra fue sobre ella e intentó sacarla del camino. En la carretera, los autos iban y venían. Las bocinas hacían la escena más dramática en donde la mujer no se rendiría. Había pasado por muchas cosas en la vida. Había llorado, había sido humillada, destruida y se levantó como lo que era; una diosa. El enemigo recibió un golpe desde atrás. Dani advirtió que su hermano Christopher era el conductor y había comprendido su mensaje.

Esta era su oportunidad, quizás, la única que tendría.

Dani gritó con furia y, de nuevo, embistió con tanta fuerza que la camioneta del enemigo voló por el aire en dos vueltas y se desarmó sobre el pavimento ante la mirada estupefacta de los conductores que se detenían ante el horror. La mujer perdió el control de la camioneta, la cual ,comenzó a girar y se salió de la carretera para caer sobre el terreno sin pavimentar en medio de una inmensa nube de polvo.

El vehículo giró y giró y pareció una eternidad. Cuando se detuvo, Dani observó que la sangre corría de su párpado caído cubriendo su ojo derecho. Se había dado un golpe contra el volante y ni siquiera se percató. Una vez que la camioneta se detuvo, se desajustó el cinturón y abrió la puerta solo para encontrar que sus hermanos se detenían a unos metros. Kellan, su hermano mayor y su esposo Andrés, que estaban viviendo desde hacía unos meses de nuevo en Ciudad del Cabo, corrieron en su dirección ante la mirada horrorizada de Chris e Ignacio que estaban en los asientos delanteros de la camioneta.

—Dani—pronunció Kellan con un hilo de voz y sus ojos llenos de lágrimas igual que Andrés.

La mujer cayó de rodillas y se sostuvo de la puerta de su camioneta.

—Jared, Dominic, o quien puta sea. Necesitamos ayuda. 

PENUMBRAS S.B.O Libro 13 (Romance gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora