---Elia miró rápidamente al chico que tenía frente a ella. Su apariencia era inquietante; llevaba guantes negros que se ajustaban perfectamente a sus manos. La espada que empuñaba no era una normal; parecía estar hecha de... ¿sangre? La visión de la hoja oscura y viscosa le provocó un escalofrío. Sin pensarlo, se lanzó hacia él con determinación.
-¡Aerocorte! -gritó Elia, canalizando su poder en un corte de viento afilado. El aire cortante atravesó el espacio y el chico fue impactado, cayendo en pedazos hacia atrás, como si una fuerza invisible lo desgarrara. Sus cejas se fruncieron en una mueca de dolor; allí, en ese instante, Elia comprendió que sí era humano.
La batalla continuó con intensidad. Él, armado con su enorme espada de sangre, contraatacaba, mientras Elia utilizaba cortes precisos y rápidos. Los choques resonaban en la gran sala como un eco de furia. A medida que la pelea avanzaba, Elia notó cómo el chico comenzaba a sudar profusamente; su cuello se tornaba rojo, como si la presión del combate lo estuviera asfixiando. ¿Era posible que su poder estuviera afectándolo de alguna manera? La idea le causó incertidumbre.
Sin pensarlo dos veces, Elia se acercó para ofrecerle ayuda, pero él reaccionó rápidamente. Con un manotazo brusco, la apartó y sacó algo de su bolsillo; se inyectó una sustancia desconocida que lo hizo parecer aún más feroz. Sudoroso y furioso, volvió a lanzarse contra ella con una ferocidad renovada.
-¿Qué demonios es esto? -murmuró Elia para sí misma mientras esquivaba un ataque desesperado.
El chico continuó atacándola con cada vez más fuerza. Elia sintió cómo sus músculos empezaban a ceder bajo la presión del combate. Intentó derribarlo con una patada rápida desde el suelo, pero él saltó ágilmente y le agarró del cuello con una mano firme, presionando su espada cerca de su piel.
El corazón de Elia latía desbocado mientras tragaba grueso; la situación se volvía crítica. Sin embargo, no podía rendirse ahora. Con un movimiento rápido y calculado, le dio un codazo al pecho del chico, forzándolo a soltarla momentáneamente. Su mente trabajaba a mil por hora: estaba cansada, había pasado noches sin dormir y apenas había comido en días; las heridas comenzaban a pesarle.
La pelea no estaba a su favor. Justo cuando intentaba encontrar una salida a esa situación desesperada, el chico la arrinconó contra la pared fría de la sala. Sus ojos rojos brillaban intensamente en medio de la penumbra mientras la miraba fijamente. Elia sintió cómo el miedo se apoderaba de ella y decidió actuar antes de que fuera demasiado tarde: dio una patada rápida que le permitió liberarse del agarre.
Sin embargo, sabía que debía conservar energía o sería el fin para ella. La espada del chico rozó su cadera al atacar nuevamente; un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir el filo cercano a su piel. Con reflejos rápidos como el viento, saltó y le dio una patada en la espalda.
Aprovechando su telequinesis, reunió grandes rocas del suelo y las lanzó hacia él con todas sus fuerzas. Pero para su sorpresa, el chico cortó las rocas en pedazos como si fueran simples hojas secas; Elia quedó boquiabierta ante su destreza.
Él no perdió tiempo y contraatacó nuevamente con golpes veloces y certeros. Elia se vio obligada a defenderse: contener los ataques o esquivarlos era todo lo que podía hacer en ese momento crítico. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que había llegado a un callejón sin salida: frente a ella había una enorme pared que bloqueaba su camino.
Desesperada y exhausta, Elia se sentó contra la pared fría, sintiendo cómo la realidad la envolvía en sombras oscuras. ¿Este sería realmente el fin? Los ojos rojos del chico se acercaban cada vez más desde las tinieblas; ella cerró los ojos esperando lo inevitable mientras él colocaba su espada contra su cuello.
De pronto, resonaron campanas lejanas que interrumpieron el tenso silencio del combate. La pelea había terminado abruptamente; el chico guardó su espada y permaneció inmóvil mientras escuchaba instrucciones desde algún lugar fuera de su visión.
Elia respiró hondo y se incorporó lentamente cuando escuchó las palabras: -"Los seis días han pasado. Los únicos sobrevivientes son la señorita Elia y el joven Liam; ambos deben dirigirse a la sala 11. Caleb los quiere ver."
Sin mostrar ninguna emoción en su rostro cansado, Elia se levantó y comenzó a caminar hacia la salida junto al chico que había sido su enemigo momentos antes. Ninguno de los dos intercambió palabras ni miradas; simplemente avanzaban juntos hacia la misma dirección, ignorando los cuerpos tirados alrededor como ecos olvidados de un conflicto que aún resonaba en sus corazones.
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𝕻𝖗𝖊𝖌𝖚𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊 𝖆 𝖑𝖆 𝖑𝖚𝖓𝖆
FantascienzaEn un laboratorio secreto, la madre de Elia decide participar en experimentos a cambio de dinero. Al enterarse de que su hija sería robada y ellos asesinados al nacer, huyen a una cabaña. Sin embargo, son descubiertos y asesinados por los secuaces d...