Epilogo

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— Sí, está perfecto. La veo en unos días, señora Ramírez —dije antes de colgar el teléfono. Me recargué en mi silla, observando las vistas que ofrecía mi nueva oficina. Ese aire, las calles estrechas, la gente caminando apurada... Sí, este era mi México.

Cerré los ojos por un momento, disfrutando de la calma, hasta que la puerta se abrió de golpe y mi hijo entró corriendo, interrumpiendo mi momento de paz.

— ¡Apa, apa! —exclamó, acercándose rápido. Lo levanté en cuanto llegó y lo senté sobre mis piernas—. ¡Mira, el reloj de mi abuelo ya funciona! —dijo emocionado, levantando el viejo reloj.

Sonreí al ver su entusiasmo, pero antes de poder responder, levanté la vista y vi a Jaiden parada frente al escritorio, con una expresión agotada.

— No más tiempo con grandpa y Jaiden, ¿ok, Bobby? Mommy está muy cansada —dijo Jaiden con una sonrisa agotada mientras se acercaba.

— ¿Tan mal estuvo? —pregunté, notando su cuerpo tenso y su cabello totalmente desarreglado.

Jaiden asintió, cerrando los ojos por un instante.

— Fue un día eterno... Tu abuelo no dejó de hablarme sobre las relaciones, su juventud, y muchas cosas más. Roier, por favor, te lo ruego, no me vuelvas a dejar sola con él —dijo Jaiden, soltando un suspiro largo—. Me siento como si me hubieran exprimido.

Solté una risa suave, aunque sabía que hablaba en serio. Jaiden no era alguien que se quejara fácilmente, pero cuando mi abuelo se ponía a hablar de sus "gloriosos" años, podía ser una experiencia agotadora.

— Lo siento, prometo no dejarte sola con él la próxima vez —dije, dándole un apretón en la mano para intentar aliviar su frustración—. Lo que pasa es que la señora Ramírez de la isla me llamó. La próxima semana es su caso y estábamos arreglando los últimos detalles.

Jaiden me miró, algo más relajada pero aún exhausta.

— Entiendo, pero tu abuelo es demasiado. No sé cómo lo soportas. A veces pienso que podría hablar sin parar durante días... —hizo una pausa y luego me miró con una sonrisa ladeada—. Aunque, bueno, ahora entiendo por qué hablas tanto tú.

— Oye —dije, riéndome mientras me levantaba de mi silla junto con Bobby y sacudía ligeramente el cabello desordenado de Jaiden—. Pero, lo admito, lo llevo en la sangre.

Jaiden se dejó caer en el sillón de mi oficina junto a nosotros, soltando un largo suspiro. Le tomé la mano, tratando de transmitirle un poco de calma. El peso del día parecía haberla aplastado por completo.

— ¿Estás listo para ese caso? —murmuró con la voz cansada, mirándome de reojo.

Iba a responder cuando, de repente, la puerta se abrió de golpe y Mariana entró con una expresión de frustración y el ceño fruncido.

— ¡Wey, pinche tráfico a la verga! —exclamó, claramente molesto.

Jaiden y yo no pudimos evitar soltar una risa cansada. Mariana siempre lograba aligerar el ambiente, incluso cuando no se lo proponía. Parecía que toda la tensión de la oficina se evaporaba al instante con su presencia.

Bobby, al ver a Mariana, se bajó de mis piernas con rapidez y corrió hacia él con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¡Tío Mariana! ¡Mira mi reloj! —dijo el pequeño, sosteniendo el viejo aparato con orgullo.

Mariana se agachó, inspeccionando el reloj con una sonrisa traviesa y luego le guiñó el ojo a Bobby.

— No mames, ese aparatejo que mi Bobby, actualízate ¿Por qué no se lo enseñas a Juana, eh? Ella es muy fan de esas cosas—sugirió Mariana, siempre con su tono desenfadado—. Podríamos tomarnos un helado... pero, claro, tu mamá Jaiden paga.

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