La Federación

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Roier

Me encontraba solo, desayunado un plato de cereal, me sentía aburrido, solo escuchaba el sonido de los pajaritos. cantando, y el sonido de la radio vieja de mi abuelo, lo extrañaba tanto...











Había pasado ya un año desde aquella desgracia. Decidí no volver con Quackity, quien se iría a vivir con Luzu a esa Isla lejana, y sabía que nuestros caminos habían tomado rumbos distintos. Quackity regresó ocasionalmente para encargarse del proceso de mi titulación. Solo aparecía cada dos o tres meses, y su estancia nunca duraba más que un fin de semana. Las visitas eran cortas, pero llenas de melancolía, recordándonos lo que habíamos compartido y lo que habíamos perdido.

Mis amigos mexicanos también me visitaban de vez en cuando, solo para darme ánimos o pasar el rato. De todos ellos, Aldo y Mariana eran los más frecuentes en sus visitas. Sin embargo, Mariana también acabó yéndose a la Isla con Foolish, con quien había formado una relación un tanto tóxica, como casi todas las relaciones de Mariana.

Mientras tanto, yo empecé a trabajar en un bufete pequeño, pero a los pocos meses gané mi primer caso, uno que trataba sobre un padre maltratador. Fue una victoria que me hizo sentir vivo, con el corazón latiendo acelerado por la adrenalina. Después de eso, recibí una oferta de un bufete más grande y conocido, uno que tenía presencia en todo México y con conexiones internacionales, igual no tenia el alcance de la federacion pero fue una oportunidad que no podía rechazar.

A veces, en la oficina, llegaban extranjeros, siempre un poco perdidos entre los trámites legales y las barreras del idioma. Ese día no fue la excepción. Al llegar al edificio, vi a una mujer alta y delgada, con una larga cabellera castaña, que parecía estar discutiendo con la recepcionista. Me acerqué un poco más, intrigado por la situación, hasta que la reconocí. Era Jaiden, aunque se veía diferente. No la había visto en mucho tiempo, pero no había duda: era ella.

—No me entiende, señorita, no puedo dar información que no tengo —dijo la recepcionista con voz temblorosa, casi al borde de las lágrimas—. Su credencial no es reconocida por el sistema.

—¿Esto no es posible? ¡No puede ser que no me ayuden de ninguna manera! —dijo Jaiden, exagerando sus movimientos con frustración evidente.

Me acerqué y toqué su hombro suavemente, esperando que me reconociera.

—¿Roier? ¡Roier! —gritó, soltando un grito de sorpresa antes de abrazarme fuertemente—. ¡No sabes el show que he montado solo para saber de ti o que me dejen entrar!

—Jaiden, ¿qué haces aquí? —le pregunté, desconcertado pero feliz de verla. Aunque me alegraba, no podía evitar preguntarme por qué había venido desde esa isla lejana hasta México—. Pensé que estarías permanentemente con Luzu —dije en un tono rápido, casi atropellado.

Ella rió suavemente, bajando la mirada por un momento.

—Oh, Roier... No voy a dejar la Federación —dijo, empujándome suavemente en el hombro con una sonrisa juguetona.

—Claro, vamos a mi despacho a dejar tus cosas. Después te llevaré a comer los mejores tacos de la ciudad, y podremos platicar con calma —le dije, empezando a caminar hacia mi oficina.

El viaje hacia los tacos fue silencioso. Parecía nerviosa, como si algo pesado le estuviera rondando en la mente. Le abrí la puerta del coche para que se sentara y, una vez que ambos estábamos dentro, conduje hacia la esquina, donde estaban los tacos de doña Cuquita, los más ricos de la zona.

—¿Qué tal están? —pregunté al verla masticar con la boca llena, soltando una carcajada ante su entusiasmo.

—This is so fucking delicious, Roier —dijo entre bocados, y le pasé una servilleta para que se limpiara.

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