Ya no somos amigos

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Roier

Cuando desperté por la mañana, tardé un buen rato en ordenar mis pensamientos. El recuerdo de lo ocurrido el día anterior, Spreen, Quackity, todo, volvió a inundar mi mente. Sin querer, ese nudo en la garganta que creí haber dejado atrás regresó con más fuerza, y mis manos se apretaron hasta que los nudillos se me pusieron blancos.

Me levanté del sofá, aún sintiendo el peso de la noche anterior sobre mis hombros, y fui a ver si ya habían traído a Bobby de vuelta. Sin embargo, lo único que encontré fue una nota escrita con su letra infantil:

"Apa, fui con tío Missa y mis primos al campamento antes de clases, volvemos... no sé, te amo apa :3"

Suspiré al leerla. Recordé que Missa me había mencionado que el campamento duraría cinco días, lo que me dejó un poco más tranquilo. Bobby solo tenía cinco años y aún estaba en preescolar junto a Chayanne, así que no estaría solo. Pero igual, el vacío en la casa se sentía más fuerte.

Me dejé caer en su pequeña cama, tomando su peluche de Spiderman. Lo apreté contra mi pecho, preguntándome por qué lo había dejado. Tal vez no lo necesitaba, pero en ese momento, yo sí. Permanecí así, sumido en mis pensamientos, durante unos minutos, hasta que me acordé de las mascotas. ¡Las mascotas!

Me levanté de golpe, dejando el peluche en su cama.

—¡Michi, Firulais, a comer! —grité, esperando escuchar un ladrido o un maullido. Pero nada.

Me inquieté al no obtener respuesta.

—¡Michi, Firulais! ¿Dónde están?

El silencio que llenaba la casa comenzó a asfixiarme. Busqué por todos lados, incluso pregunté a los vecinos si los habían visto, pero nadie sabía nada. Entré de nuevo a la casa, con una sensación de angustia creciendo en mi pecho. Y entonces, como si una cubeta de agua fría me cayera encima, recordé lo que Spreen había dicho el día anterior.

Con el coraje hervido en mis venas, me puse en marcha hacia su casa. Estaba un poco retirada, pero no quería arriesgarme a conducir en ese estado. Caminé con pasos firmes, cada vez más furioso, hasta que llegué. Golpeé la puerta con fuerza.

—¡Spreen, ábreme! —Otro golpe más fuerte—. Sé que estás ahí, pendejo.

Esperé unos segundos, pero no hubo respuesta. Estaba a punto de tirar la puerta abajo o romper una ventana cuando finalmente escuché el sonido de una cerradura girando.

—¿Qué pasa, estúpido? —respondió Spreen, despeinado y en pijama, claramente recién levantado. Su tono irritante solo me hizo hervir más.

Lo miré con el ceño fruncido, cruzando los brazos.

—¿Dónde está el perro? —Mi voz era grave, cargada de enojo—. Y el gato. ¿Dónde está el gato también?

Por un momento, vi cómo se tensaba, pero rápidamente recuperó su compostura.

—Ah, eso... no lo sé —dijo con una sonrisa falsa.

Sentí una explosión de furia recorrerme el cuerpo.

—¿No te cansas de mentir? —di un paso más cerca de él, mis ojos clavados en los suyos, desafiándolo a que me dijera la verdad.

—No sé de qué hablás, bobo. Así que si no es algo más importante, me voy a dormir —dijo, intentando cerrar la puerta.

Me acerqué más, justo cuando un grito desde dentro de la casa interrumpió su intento.

—¡Spreen! —Era la voz de un hombre. Me sorprendió, y al instante supe que algo más estaba ocurriendo—. Aún me debes un perro, el de ayer era lindo. Lástima que se escapó.

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