Jaiden

476 50 7
                                        

Roier

- Como vez abuelo - Realmente le dije que me habían buscado otra vez lo de la Federación, me sentía nervioso, la primera vez no me fue muy bien...

Hace un año...

Llegué al hospital solo. La luz blanca y fría de la recepción me recibió mientras caminaba hacia el mostrador. Mis pies pesaban, como si cada paso aumentara mi carga emocional. Pedí información sobre mi abuelo, y la recepcionista me pidió mis datos antes de guiarme hacia su habitación. Todo el camino sentí una opresión en el pecho, el tipo de presión que sientes cuando sabes que algo malo está por venir, pero aún no estás preparado para enfrentarlo.

Cuando entré, ahí estaba el viejo, conectado a una máquina que emitía pitidos rítmicos. Parecía tan frágil, una versión reducida del hombre fuerte que siempre recordaba. Me sentí diminuto, como si todo el hospital me aplastara con su silencio.

—Te dejaré solo —dijo la enfermera que me había acompañado—. Si necesitas algo, puedes tocar este botón —añadió con una sonrisa que parecía forzada, tal vez acostumbrada a ver el sufrimiento de otros.

Según lo que me dijo la doctora en el pasillo, mi abuelo había sufrido una caída por bajar solo unas escaleras mientras intentaba cambiar una bombilla. No había querido pedir ayuda, como siempre, terco y autosuficiente.

—¿Por qué eres tan terco y necio, abuelo? —susurré, sintiendo el nudo en la garganta mientras me sentaba en el borde de la cama y tomaba su mano. Su piel estaba fría, pero aún había vida en esos dedos que una vez me habían levantado cuando caía en mi niñez.

—Yo ya... yo... —murmuré— Quackity vino a México —intenté bromear, pero las palabras no salían con la misma facilidad. Lo que realmente quería era llorar. Me sentía tan mal, tan impotente, incapaz de hacer algo por él.

—Perdóname, abuelo, por no estar aquí antes. Solo... quiero verte bien... que me abraces como antes... —dije, con la voz temblorosa. Me incliné y lo abracé con suavidad, tratando de no desconectar ningún cable ni perturbar las máquinas.

—Te extraño tanto... —fue lo último que pude decir antes de que las lágrimas se apoderaran de mí. Las solté con fuerza, dejando que el cansancio me venciera. Me quedé dormido a su lado, sin fuerzas para moverme, solo queriendo estar ahí con él, aunque fuera en silencio.

Al día siguiente, desperté por el sonido de risas y susurros. Sentí una extraña mezcla de confusión y miedo.

—Cállate, güey, ya despertó —escuché a Aldo, su voz como un eco en mi cabeza. Abrí los ojos lentamente, todavía aturdido por el sueño.

—¿Qué hacen aquí? —pregunté mientras me incorporaba lentamente. Pero algo no estaba bien. Miré hacia la cama de mi abuelo y... no estaba allí. Mi corazón saltó en el pecho.

—¿Y mi abuelo? —pregunté, casi en pánico, mientras me levantaba de un salto, listo para correr a buscarlo. Pero sentí una mano que me detenía.

—Calma, Roier... —dijo Rivers, su tono suave, pero su rostro delataba preocupación.

—¿Cómo pudieron llevárselo sin que yo lo supiera? —dije, frotando mis manos contra mis ojos, tratando de asimilar la situación.

—Yo te cargué para que no despertaras —dijo Mariana, con una mueca de preocupación.

—¿Dónde está? —pregunté, mi tono alzándose con desesperación al ver cómo todos se miraban entre sí, como si dudaran en contarme la verdad—. ¡Respóndanme! —casi grité.

Lawyers - Guapoduo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora