Bien, ire...

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Cellbit


Mientras recorríamos el orfanato, Bagi llevaba a Richas en brazos, su pequeño cuerpo apretado contra el de ella como si no quisiera dejarlo ir. Por más que le habláramos o tratáramos de captar su atención, él no respondía, perdido en su propio mundo.

—Vem, Richas, tem que andar. Deixar Bagi descansar um pouco—, le dije, cansado de las constantes pausas que hacíamos porque Bagi pedía un descanso.

—Déjalo, Cellbit—, contestó ella, abrazando a Richas aún más fuerte—. Tal vez hoy sea el último día que lo vea así.

Suspiré y decidí seguir adelante por mi cuenta, dejando que Bagi y la señora que nos guiaba se quedaran atrás. Mientras caminaba, observaba con detalle el orfanato. Las habitaciones eran amplias y acogedoras, con camas pequeñas compartidas por los niños. Las paredes estaban adornadas con dibujos coloridos, hechos probablemente por los mismos niños. Todo parecía perfecto para alguien como Richas, que necesitaba un lugar seguro. Sin embargo, no podía sacudirme la sensación de inquietud.

Después de un rato recorriendo el lugar en soledad, sentí una mano en mi hombro. Giré para ver a Bagi a mi lado.

—Você já superou sua raiva?— le pregunté, notando su mirada oscura.

Ella negó con la cabeza.

—¿Y Richas?— pregunté al darme cuenta de que ya no lo llevaba en brazos.

—Lo dejé jugando con los otros niños en el patio—, dijo mientras caminábamos hacia allí—. Si estás decidido a dejarlo aquí, creo que es importante que se familiarice con el lugar.

Asentí en silencio mientras ella me guiaba al patio de juegos. Mi mente estaba enredada en pensamientos, una mezcla de tristeza y resignación. Sabía que Richas no tenía a nadie más en el mundo, y aunque sentía un sabor amargo cada vez que hablábamos, también entendía que este orfanato, con todas sus instalaciones y reputación, podría ofrecerle más de lo que yo podía.

Al llegar al patio, vimos un grupo de niños formando un círculo. Escuché un grito.

—¡Pai!— gritó Richas desde el centro del tumulto. —¡Mãe!

Bagi y yo nos miramos, sorprendidos. Nos acercamos rápidamente al grupo, y lo que vi hizo que mi corazón se detuviera. Richarlyson estaba en el suelo, en posición fetal, rodeado de niños que lo golpeaban y escupían.

—¡Richas!— exclamé mientras Bagi apartaba a los niños con una mezcla de rabia y desesperación. Me lancé hacia él, lo tomé en mis brazos, y sentí cómo su pequeño cuerpo temblaba. Intentó hablarme entre hipidos, pero no podía entender lo que decía. Sus palabras se mezclaban con sollozos.

—Eles são demônios—, gritó mi hermana, aún furiosa—. ¿Cómo pueden hacerle esto a un niño?

—Vámonos—, le dije, intentando mantener la calma—. Tenemos que salir de aquí ya.

Con la ayuda de Bagi, levantamos a Richas y comenzamos a caminar hacia la salida. Estaba en estado de shock, sin dejar de abrazarme. Apenas habíamos cruzado la puerta principal cuando una de las cuidadoras se nos acercó.

—¿Qué les ha parecido el orfanato?—, preguntó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Su mirada pasó de Bagi a Richas, y frunció el ceño—. ¿Ha ocurrido algo?

—Nos lo llevamos—, respondió mi hermana sin dudar. Yo solo asentí. No había forma de dejar a Richas aquí después de lo que acababa de pasar.

—No pueden llevárselo—, insistió la cuidadora—. Les recuerdo que lo encontramos en la calle. Es nuestro.

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