Hola guapito...

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Cellbit

Estaba agotado, llevaba meses lidiando con la actitud insoportable de Slime. Me llamaba constantemente desde la cárcel, suplicando por mi ayuda, pero estaba furioso. No me gustaba para nada que mis clientes me mintieran, y menos cuando destruían aquello que tanto había anhelado... especialmente a Roier.

Cada vez que sonaba el teléfono, un nudo se formaba en mi estómago. Sabía que era él, con más promesas y más excusas. Pero no era solo eso lo que me carcomía. Lo que más dolía era cómo había traicionado a Roier, alguien que no se merecía nada de lo que estaba pasando.

Suspiré, mirando el expediente en mi escritorio. Las pruebas eran abrumadoras, pero mis emociones pesaban aún más. ¿Cómo podía seguir defendiendo a alguien que había destrozado tanto?

Finalmente, decidí pedir un tiempo de vacaciones. Necesitaba alejarme, tomar distancia de todo lo que había sucedido. La solicitud fue aprobada rápidamente, casi como una "disculpa" implícita por las absurdas estrategias que habían ideado para separarnos a Roier y a mí. Sabían que lo que habían hecho era una injusticia, y aunque ahora trataban de enmendarlo, el daño ya estaba hecho.

La administración había cambiado drásticamente después de que todos, logramos echar a los responsables. Dejaron a Elena al mando, y aunque muchos la consideraban más que capaz, a mí me daba igual. Lo único que me importaba era que Cucurucho, ese idiota manipulador, no tuviera el poder. Con él fuera del camino, al menos sentía que podía respirar, pero aún había algo que no terminaba de encajar.

Roier... había intentado de todo para que habláramos. Quería que me perdonara. Sentía una desesperación, mi necesidad de reconciliación, pero, en el fondo, sabía que había cruzado una línea que tal vez nunca podría deshacer. Hablé con todos, buscando una solución, tratando de encontrar una respuesta, alguna clave que me permitiera entender cómo lograr que me aceptara de nuevo en su vida.

Pero ¿cómo podría hacerlo? Lo había arruinado, no una, sino más de dos veces. Ni siquiera yo podía entender qué pasaba por mi cabeza al intentar manipular lo más hermoso que había tenido: nuestra relación.

Roier había sido mi refugio, mi paz, el lugar al que corría cuando el mundo me aplastaba. Y aun así, lo empujé al caos, a un torbellino de emociones del que no sabía cómo sacarlo. Cada noche repasaba lo que había hecho, cómo poco a poco fui perdiendo el control, cómo cada decisión que tomé lo lastimó más y más profundamente.

Veía su rostro en mis pensamientos, recordaba sus ojos llenos de dolor, y me torturaba saber que yo era el responsable de aquello. Sin embargo, el día en que todo salió a la luz, descubrí que no era el único que había jugado sucio. Su mejor amigo, a quien él confiaba ciegamente, también había traicionado esa confianza sagrada. La traición que Roier debió haber sentido en ese momento no era algo que se pudiera describir con palabras. Era un golpe devastador, una herida que no sanaría fácilmente, si es que alguna vez lo hacía.

El simple hecho de pensar en el dolor que le causé me producía un nudo en el estómago que se hacía más grande con cada segundo. Sabía, con absoluta certeza, que pedir perdón no sería suficiente. No podría borrar lo que hice, y aunque me arrodillara mil veces a rogar su perdón, nada cambiaría el hecho de que había destrozado algo precioso entre nosotros. La culpa era un peso que me hundía, que me asfixiaba lentamente, y que me impedía avanzar. Sabía que, si no enfrentaba mis errores, nunca podría encontrar la paz.

En uno de mis últimos intentos por arreglarlo, decidí ir a la casa de Roier. Sabía que llevaba casi un mes fuera de la isla Quesadilla. Según Foolish, se había ido a México por Juana y Mariana, aunque el motivo exacto nunca me quedó claro. Pronto los niños volverían a clases, y lo más probable era que Roier regresara para esas fechas, a menos que decidiera quedarse más tiempo allá. No sabía qué iba a pasar, pero lo que sí tenía claro era que necesitaba hablar con alguien que había estado al tanto de todo desde el inicio. Mis intenciones eran claras, pero el miedo me carcomía por dentro.

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