Capítulo 16: Las Cosas Se Vuelven Caóticas

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Sobre la imponente cabeza de Apep, Riyo Gudako observaba con fría satisfacción cómo su nuevo Servant, la Serpiente de la Calamidad, se desataba con brutalidad sobre los asentamientos mamono que encontraba a su paso. La vastedad de su cuerpo serpentino se deslizaba sobre la tierra, aplastando todo lo que osara quedar bajo sus escamas oscuras. El estruendo de estructuras derrumbándose resonaba en el aire mientras los gritos de los habitantes mamono y uno que otro desafortunado humano llenaban el caos.

Apep no conocía misericordia. Con cada movimiento de su cuerpo colosal, dejaba a su paso destrucción y muerte. Los intentos desesperados de las mamonos por huir parecían patéticos. Las que corrían desesperadas, pronto eran alcanzadas por su cuerpo interminable que las aplastaba sin esfuerzo. Otras, que intentaban esconderse en cavernas o tras muros, sucumbían ante su magia destructiva o los letales vapores de veneno que exhalaba con un simple silbido.

Una columna de humo se alzó en el horizonte, marcada por las llamas conjuradas por la oscura magia de la serpiente. La tierra misma parecía temblar ante su presencia, mientras los cielos se oscurecían por una densa nube de ceniza y polvo.

Riyo Gudako, sentada cómodamente sobre la cabeza de su monstruoso Servant, cruzó una pierna sobre la otra. Sus ojos, anormalmente redondos y brillantes, escudriñaban la escena con una mezcla de diversión y una leve apatía. Alrededor de ella, los demás Servants la seguían a distancia, incapaces de ignorar la sensación sofocante que emanaba de Apep.

Eficiente, —murmuró Gudako, observando cómo el caos se extendía a su paso. Su voz, tranquila y carente de emoción, se perdió en el rugido de la destrucción.

Las mamonos, aquellas que habían jurado proteger sus tierras, estaban siendo exterminadas sin apenas resistencia. Apep era imparable. Con cada sacudida de su cuerpo, aldeas enteras eran reducidas a escombros. Aquellos que sobrevivían a la brutalidad física, pronto se enfrentaban al veneno corrosivo que la serpiente exhalaba, una muerte lenta y dolorosa que ni siquiera los poderosos hechizos curativos podían revertir.

Mátenlos a todos. No quiero sobrevivientes, —ordenó Gudako, sus palabras perforando el aire denso como una sentencia inapelable.

Apep, sin necesidad de réplica, continuó su avance. Con un destello oscuro, invocó una corriente de energía destructiva que se extendió como un manto sobre el horizonte, borrando del mapa a cualquier forma de vida. Los intentos desesperados de magia defensiva de las mamonos resultaban inútiles. No había escudo ni conjuro capaz de detener la fuerza de la calamidad personificada.

El panorama era desolador. Lo que alguna vez fueron asentamientos prósperos ahora no eran más que ruinas humeantes y cadáveres. Los pocos sobrevivientes que intentaban arrastrarse lejos, aquellos que aún conservaban la esperanza de escapar, se desvanecían bajo la mirada fría de Gudako, observada desde lo alto de su Servant.

El silencio cayó finalmente sobre el campo de batalla, roto solo por el crepitar de los fuegos restantes y el susurro del viento sobre las ruinas. A lo lejos, las llamas que aún ardían iluminaban la destrucción total.

Nos moveremos al siguiente punto, —dijo Gudako, sin un rastro de remordimiento o satisfacción exagerada en su voz.

Apep comenzó a moverse nuevamente, su cuerpo enorme y serpenteante borrando cualquier rastro de vida que pudiera haber quedado.

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fin de capitulo

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