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Aika apenas podía mantener el volante firme. Las manos le sudaban, algo poco común en ella, pero la situación no era para nada habitual. Miró de reojo a Rikako, quien estaba en el asiento del copiloto, observando el paisaje con una expresión relajada, aunque distante. En el asiento trasero, Riko movía los pies con impaciencia, emocionada ante la promesa de probar la consola de Aika. Aquella consola que, hasta hacía poco, solo acumulaba polvo en su espacioso y lujoso apartamento, ahora era el centro de atención de una niña de ocho años.

Rikako rompió el silencio cuando pasaron por una calle llena de motos.

—Nunca me hubiera imaginado que terminarías usando un auto como una persona normal —dijo con una sonrisa burlona—. En la secundaria, manejabas como si el seguro de vida te fuera a revivir.

Aika rodó los ojos, aunque en el fondo no pudo evitar sonreír.

—Era una moto perfectamente segura y la conductora de confianza. Eres tú la que se asustaba por nada —respondió con un tono relajado, sin despegar la vista del camino—. Además, ahora soy una adulta responsable.

—Claro, responsable. Por eso te caíste unas dos veces —repitió Rikako, con evidente sarcasmo.

— ¡El barro me hizo resbalar! — se defendió, recordando aquellas dos vergonzosas veces donde curiosamente se había caído intentando parquearse y no alta velocidad, afortunadamente.

El camino hacia la casa de Aika continuó en una mezcla de conversaciones triviales, hasta que llegaron a su destino. Al bajar del auto, Riko salió corriendo hacia la entrada del edificio, mirando todo con curiosidad. Aika miró a la niña y luego a Rikako, quien soltó un pequeño suspiro antes de seguir a su hija.

Ya dentro del apartamento, Aika le mostró a Riko la consola que tanto quería probar. La niña corrió a sentarse frente al televisor, tomando el mando con entusiasmo. Mientras tanto, Aika y Rikako se quedaron paradas cerca de la entrada, observando cómo Riko intentaba entender los controles del juego.

—Es curioso verla tan emocionada por algo que yo ni siquiera uso mucho —comentó Aika, más para llenar el silencio que otra cosa.

—A Riko le gusta cualquier cosa nueva —respondió Rikako con un tono suave, mirando a su hija con ternura—. Aunque también tengo que admitir que eres demasiado generosa para prestársela.

—No es nada —respondió Aika, con una leve sonrisa.

De repente, Riko giró hacia ellas, con los ojos brillando de emoción.

—¡Mamá, mira! ¡Es increíble! —dijo Riko, sonriendo ampliamente.

Rikako asintió con una sonrisa, pero su atención rápidamente volvió a Aika.

—Aún me sorprende que tengas tanto espacio para una sola persona —comentó Rikako mientras miraba alrededor del amplio apartamento—. Es… grande.

—Demasiado grande —resopló Aika—. Suwa siempre me molesta con eso, dice que debería tener una familia para justificar tanto espacio.

—¿Y por qué no? —preguntó Rikako, medio en broma, medio en serio.

Aika se quedó en silencio por un segundo, un poco incómoda con la pregunta, antes de desviar la conversación.

—Bueno, con lo que pago aquí, es mejor disfrutar de todo lo que tengo. Al menos puedo invitar a gente sin que se sienta apretada.

Rikako asintió, pero Aika podía sentir la incomodidad que flotaba en el ambiente. La dinámica entre ellas había cambiado mucho desde aquellos años en la secundaria. Antes, las bromas y la confianza fluían con naturalidad. Ahora, había una distancia que no lograban cruzar del todo, y Aika no estaba segura de si era algo que podrían solucionar.

Aika observó a Riko mientras jugaba, pensando en cómo su vida había cambiado tanto. Una hija. Nunca se lo hubiera imaginado de Rikako. Y, sin embargo, ahí estaban. El silencio se hizo algo incómodo nuevamente, pero fue interrumpido por el sonido de una notificación en el teléfono de Aika.

Era un mensaje de Suwa: Espero que no estés haciendo ninguna tontería. Y por favor, no te atrevas a regalarle tu consola, por mucho que te conmueva la niña. Aún quiero seguir usándola yo también.

Aika soltó un suspiro y sonrió con ironía, sin dejar de mirar a Rikako.

—Es Suwa —dijo Aika, mostrando su móvil a Rikako para que viera el mensaje.

—Ah, no me sorprende. Seguro te está molestando.

—Como siempre —respondió Aika—. Me dijo que no haga ninguna tontería. Es su manera de darme ánimos, supongo.

Rikako soltó una leve risa.

—Suwa siempre fue así, ¿no?

—Sí… siempre. Pero esta vez creo que tiene razón.

Antes de que la conversación pudiera profundizar más, Riko se giró de nuevo, con el rostro lleno de emoción.

—¡Tía Aika! ¡Eres la mejor! ¡Me encanta este juego! — sip, ella aseguraría que Aika fuera su tía con aires a millonaria que la dejaría jugar en su palacio.

Aika no pudo evitar reír ante el entusiasmo de la niña. Rikako, por otro lado, miró a su hija con una mezcla de ternura y algo de cansancio.

—No te malacostumbres —dijo Rikako, aunque su tono no era serio.

Aika sintió una extraña calidez al escuchar a Riko llamarla tía. Esa pequeña conexión con el pasado que ahora parecía tan lejana, pero que de alguna forma volvía a presentarse.

Al final, la situación no había sido tan incómoda como temía, pero aún tenía sentimientos sin resolver. Pero, por ahora, el presente parecía demandar su atención.

Mientras Riko seguía jugando, Aika miró a Rikako, quien parecía más relajada que antes. Quizás, después de todo, esta visita no iba a ser tan difícil como había pensado al principio.

—¿Quién diría que terminaríamos así? —murmuró Aika en un tono apenas audible, más para sí misma que para Rikako.

—Sí… quién lo diría —respondió Rikako en el mismo tono, mirando de reojo a Aika con una expresión que Aika no pudo descifrar del todo.

Disturbia - KyanRikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora