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El auto de Aika avanzaba por las calles de la ciudad en silencio. Apenas se escuchaba el ruido del motor, y ambas mujeres parecían concentradas en cualquier cosa menos en la conversación. Habían estado hablando de trabajo durante todo el trayecto, pero era evidente que ninguno de los temas triviales llenaba realmente el espacio tenso entre ellas.

Rikako estaba sentada en el asiento del copiloto, mirando por la ventana. De vez en cuando, lanzaba algún comentario casual sobre los proyectos en la oficina, pero cada palabra parecía más una formalidad que un verdadero intento de comunicación. Aika mantenía las manos firmes en el volante, intentando no dejarse arrastrar por el ambiente incómodo que envolvía el auto.

El silencio se hacía más pesado a medida que se acercaban al destino, hasta que Rikako soltó una burla inesperada:

—Pensar que en la secundaria manejabas esa moto como si fueras una delincuente. A veces me asustaba un poco ser tu copiloto.

Aika soltó una risa seca, más como un reflejo que una verdadera reacción.

—Ni modo, me gustaba la adrenalina. Además, no podía dejar que llegaras muy tarde a casa —respondió, pero una pequeña sonrisa se formó en su rostro al recordar aquellos días.

—Claro, pero la velocidad no era el problema, sino las curvas cerradas que tomabas sin frenar —añadió Rikako, riendo suavemente, como si el recuerdo la hubiera sorprendido.

Aika no respondió de inmediato. Aunque la conversación había traído una ligera atmósfera de nostalgia, no podía dejar de sentir lo distantes que eran esos momentos comparados con el presente. Lo único que la hacía mantenerse calmada era la sensación de estar alejándose de ese pasado, uno que le resultaba complicado descifrar.

Llegaron finalmente a la casa de Rikako. Al bajarse del auto, la madre de Rikako ya estaba esperándolas en la puerta, con una sonrisa cálida. Aika se sintió algo más relajada al verla, aunque sabía que esa calma no duraría mucho. La madre de Rikako siempre había sido amistosa, pero también muy directa.

—¡Aika! —exclamó emocionada cuando las vio llegar—. Qué gusto verte. Nunca imaginé que se volverían a ver. ¡El destino tiene formas curiosas, ¿no?!

—Sí señora. Es… inesperado, supongo —respondió Aika, esbozando una sonrisa.

La madre de Rikako apenas le prestó atención a su respuesta, ocupada en preguntarle sobre su vida. Después de algunos comentarios triviales sobre el trabajo, lanzó una pregunta que hizo que la hija de Rikako, una niña de unos ocho años, levantara la cabeza con interés:

— Aika ¿ese carro tan caro es para no llegar tarde al trabajo? Ten cuidado, chica.

Aika sonrió, un poco nerviosa. No le gustaba que la madre de Rikako la pintara como alguien que presumía su estilo de vida.

—Eh, sí. No suelo usarlo tanto, pero sigue siendo útil.

—¿Y dónde vives ahora? —continuó la madre, sin filtro alguno.

—En un apartamento, no muy lejos de la oficina, pero… —Aika vaciló, sabiendo que cualquier intento de desviar la conversación sería en vano.

La niña miró a su madre y luego a Aika, con curiosidad reflejada en sus ojos.

—¿Es grande? —preguntó la pequeña, con una dulzura que sorprendió a Aika.

—Bueno, sí… tiene mucho espacio —respondió Aika, intentando ser lo más neutral posible. De alguna manera, la expresión de la niña, tan parecida a la de Rikako, la conmovía. Era como ver una versión más joven y despreocupada de su antigua pareja.

Aika, intentando aligerar el ambiente, sacó su teléfono y comenzó a mostrar algunas fotos de su apartamento. La madre de Rikako miraba cada imagen con interés, haciendo pequeños comentarios, mientras la niña se acercaba más, intrigada por lo que veía.

Cuando apareció una foto de la consola de videojuegos en el salón de Aika, los ojos de la niña se iluminaron.

—¡Guau! —exclamó—. ¿Eso es tuyo?

Aika asintió, sonriendo.

—Sí, me gusta jugar de vez en cuando. Si quieres, puedo prestártela algún día —dijo, sin pensarlo mucho.

—¡Me encantaría! —respondió la niña emocionada, pero Rikako rápidamente intervino.

—No, no creo que sea una buena idea —dijo, cruzándose de brazos—. Podría dañarse al moverla de un lado a otro. — Rikako se sentía agobiada con tan solo imaginar el precio de esa consola.

Aika asintió, aunque se sintió un poco decepcionada al ver la cara de tristeza de la niña. No era la primera vez que Rikako mostraba ese lado protector y práctico, pero esta vez, Aika no pudo evitar sentirse un poco en conflicto.

La niña, sin embargo, no se dio por vencida.

—Entonces, ¿puedo ir a tu casa a jugar? —preguntó con los ojos brillantes.

Aika quedó completamente desarmada. No tenía ni idea de cómo negarse, y la forma en que los ojos de la niña la miraban, con esa misma chispa que Rikako solía tener cuando querían convencerla de algo, hizo que su resolución se debilitara.

—Oh, no es necesario que la molestes, cariño —intervino la madre de Rikako, aunque su tono no parecía muy decidido.

Aika vaciló por un segundo, pero finalmente suspiró.

—Está bien, puedes venir cuando quieras. No hay problema.

La niña sonrió ampliamente, mientras Rikako solo se quedó mirando la escena en silencio, sin intervenir. Aika no podía descifrar lo que su ex pareja estaba pensando.

—Qué grosera soy, no te pregunté tu nombre, pequeña. — Aika intentó desviar la conversación y distraerse de la mirada extraña de Rikako, se sentía intimiada, más que nada porque sabía que había hecho una estupidez.

—Me llamo Riko, Riko Sakurauchi. — la niña se acercaba a Aika de forma tierna y haciendo ojitos. Se propuso cautivar a la mujer que le prestaría su consola hasta que se aburriera de tanto jugar.

Disturbia - KyanRikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora