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Había pasado poco más de un mes desde el cumpleaños de Rikako, y las visitas a casa de Aika se habían vuelto una costumbre para Rikako y su hija, Riko. Aika, aunque al principio se sentía extraña con la rutina, poco a poco había empezado a disfrutar de su compañía. Las tardes en su hogar ya no eran solitarias, pues se llenaban de risas y juegos. Riko había demostrado ser una niña curiosa y vivaz, y aunque Rikako mantenía su habitual seriedad, había algo cálido en su relación madre-hija que Aika no podía evitar admirar.

Esa tarde, estaban sentadas en el salón, disfrutando de una conversación ligera mientras Riko jugaba en la consola de Aika. La niña, concentrada en su juego, de vez en cuando alzaba la vista para compartir algún comentario, lo que hacía que Aika y Rikako intercambiaran sonrisas cómplices. Todo parecía tranquilo.

—Voy a salir un momento a la tienda —dijo Aika de repente, levantándose del sofá—. Se me antojan unos dulces, ¿quieren algo?

Rikako negó con la cabeza mientras le sonreía, y Riko solo la miró brevemente antes de volver a concentrarse en la pantalla.

Aika caminó hacia la puerta, pero justo cuando la iba a abrir, se dio cuenta de que había olvidado el efectivo.

—Ah, olvidé el efectivo —dijo para sí misma, dándose la vuelta con una ligera risa. Se dirigió a su habitación para buscar su billetera, pero justo antes de llegar, escuchó las voces de Rikako y Riko desde el salón. Se detuvo al escuchar el tono más serio de la conversación, algo poco común cuando Rikako hablaba con su hija.

—Me divertí mucho hoy, mamá —decía Riko, su vocecita animada aunque con un leve tinte de nostalgia—. Me gusta venir aquí a jugar... pero... también extraño un poquito a papá. Hace mucho que no lo veo.

Aika, quien ya había sacado el dinero de su bolso, se quedó congelada. No era su intención espiar, pero algo en la conversación la detuvo de inmediato.

—¿Por qué no puedo verlo, mamá? —preguntó Riko, su tono inocente, pero lleno de curiosidad.

Rikako guardó silencio por unos segundos, tiempo que para Aika pareció una eternidad. Aunque no podía verla, sentía la tensión que debía estar acumulándose en el rostro de Rikako.

—Es complicado, Riko —respondió finalmente Rikako, con una voz más suave de lo habitual—. Papá... está lejos. No es fácil que pueda venir o que podamos ir a verlo. Pero eso no significa que no te quiera.

Aika frunció el ceño al escuchar el tono evasivo de Rikako. Era evidente que había algo más detrás de esa explicación, pero como madre, Rikako estaba tratando de proteger a su hija. O al menos eso parecía.

—Pero... —Riko hizo una pausa, pensativa—, ¿no podemos llamarlo o algo? Sé que a veces papá me llama, pero... es raro. Últimamente siempre está ocupado.

Rikako dejó escapar un suspiro casi imperceptible. Aika, desde su lugar, sintió un cambio en la energía de la conversación. Rikako estaba tratando de mantener su compostura, pero había algo más profundo en juego. ¿Era solo la distancia lo que mantenía al padre de Riko alejado, o había algo que Rikako no estaba diciendo?

—No es tan sencillo, Riko —dijo Rikako, evitando los ojos de su hija aunque la niña no lo notaba—. Yo... yo no quiero que lo llames ahora. Tal vez más adelante.

Aika, al escuchar esto, comprendió que no era solo "la distancia" lo que estaba separando a Riko de su padre. Rikako, por alguna razón que Aika no conocía, estaba impidiendo que su hija tuviera contacto con él.

—¿Por qué no? —preguntó Riko, con un tono casi suplicante—. ¿Hice algo mal? ¿Papá está enojado conmigo?

El dolor en la voz de la niña atravesó el silencio de la casa, y Aika sintió un nudo formarse en su estómago.

—No, claro que no, Riko —respondió Rikako rápidamente, con un esfuerzo visible por mantener la calma—. Tú no has hecho nada mal, cariño. Es solo que... papá y yo... no es fácil para nosotros hablar ahora mismo.

Aika comprendió que Rikako aún estaba lidiando con las heridas de un compromiso roto, tal vez algo que aún no había superado por completo. Quizá evitar que Riko viera a su padre era su forma de protegerse a sí misma, aunque eso significara alejar a su hija de él.

—Pero yo extraño a papá —insistió Riko, su voz bajita, pero firme—. ¿No podemos intentarlo al menos?

Rikako no respondió de inmediato. El silencio se hizo palpable, y Aika pudo sentir la tensión creciendo en el aire.

—Déjame pensar en ello, ¿sí? —respondió finalmente Rikako, su voz sonaba apagada, resignada—. Por ahora, disfruta de tus visitas aquí. Prometo que cuando sea el momento adecuado, hablaremos de ello.

—Está bien... —murmuró Riko, aunque el desánimo era evidente en su tono.

Aika sabía que no debía escuchar más. Decidió que lo mejor sería marcharse sin ser notada. Caminó de vuelta a la puerta de salida, tratando de no hacer ruido. Se puso los zapatos y abrió la puerta con cuidado.

—Ya vuelvo, no tardo —dijo, intentando sonar natural mientras se asomaba para que la escucharan.

Rikako se giró hacia ella, y aunque le devolvió una sonrisa, Aika notó la carga emocional en sus ojos. La sonrisa era un mero reflejo de alguien que intenta mantenerse fuerte.

—Tómate tu tiempo —respondió Rikako, pero había algo oculto en su tono, algo que Aika no pudo desentrañar del todo.

Asintiendo, Aika echó una última mirada hacia la pequeña Riko, quien había vuelto a concentrarse en su juego, pero el brillo en sus ojos ya no era el mismo. Mientras cerraba la puerta tras de sí, Aika se preguntaba cuánto más estaba ocultando Rikako, y si alguna vez sería capaz de sincerarse por completo con su hija.

El viento frío de la calle la golpeó cuando salió, pero su mente seguía atrapada en lo que había escuchado.

Disturbia - KyanRikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora