Capítulo 34

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Zehra.

Nos dirigíamos al pasillo de las cintas mientras que me cuestionaba algunas cosas. ¿Por qué está en Polonia? ¿Por qué está aquí, en Varsovia y justamente en mi trabajo? Y desde una pequeña y muy usada parte de mi cerebro llegó un pensamiento: está aquí para verme, el hombre de las gardenias siempre dejaba una L al final de sus cartas, lo miré y caí en cuenta de que el era aquel hombre. ¡No puede ser! No podía creerlo ¿Qué buscaba un hombre como él en mi? La idea me era absurda así que la patee fuera de mi cabeza.

—Entonces ¿Estas aquí por negocios? —volví a preguntar, y mi voz fue muy aguda como si me hubiera aplastado el dedo pequeño del pie con una puerta.

¡Joder! Trata de no parecer nerviosa, Zehra. Pensé. La verdad era que su presencia y mirada me ponían los pelos de puntas.

—Así es, que coincidencia encontrarte aquí —noté cierta confusión en su tono de voz— ¿Qué hace una dama de alta clase como tu trabajando en un lugar así? ¿Romanov permite que su mujer trabaje? —se refirió a Aleksander.

—Primero que todo, soy clase media, y segundo no tengo nada que ver con ese señor.

Leonardo miraba la selección de cintas adhesivas que tenía la tienda. ¿Que demonios hará con eso? Sus dedos viajaban por varias cintas y tenía cara de que sabía lo que buscaba.

—Que raro, los vi muy juntos en aquella fiesta —dijo inclinándose para al fin elegir una cinta— esta funcionará —dijo ignorando su antiguo comentario.

—¿Algo más? —yo también lo ignoré, no tenía ganas de recordar lo que viví con Aleksander.

—Me gustaría un poco de cuerdas.

¿Cuerdas?

—¿Está construyendo algo? —las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.

Seguramente está construyendo algo y necesita material.

—No, no estoy construyendo nada —dijo rápidamente y mirándome con aquella mirada macabra comenzó a reírse.

¿Soy tan graciosa? ¿Me veo chistosa?

—Las cuerdas están por aquí —murmuré.

—¿Hace cuento que trabajas aquí? —su voz es baja y neutra.

—Es mi primer día— mascullé mientras que llegábamos al pasillo de las cuerdas.

—Para ser tu primer día sabes dónde está todo.

—Aquí están las cuerdas —dije mostrándole los rollos de cuerda que teníamos .

—Me llevaré esa —dijo, señalando la cuerda más grueso y gordo que teníamos.

—¿Cuánto necesitas?

—Seis metros y medio, por favor.

Con los dedos temblorosos, mido los seis metros y medio en la regla fija, consciente de su mirada oscura y caliente sobre mi. No me atrevía a mirarlo, corté la soga y la enrollé prolijamente antes de atarla en un nudo.

—¿Fuiste la mujer de Romanov? —preguntó de la nada.

—No me gusta hablar de mi vida privada y mucho menos con desconocidos, señor Vannucci.

My sweet Zehra[+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora