Congelada en un Invierno Eterno

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La soga se tensó, y en ese último segundo, incapaz de soportar la escena, bajé la mirada mientras el sonido se desvanecía. 

Lágrimas cálidas rodaron por mis mejillas, mientras me aferraba a la idea de que, a pesar de todo, Sarah había cumplido su promesa. Había rejuvenecido y, como lo prometió, había alcanzado esa belleza que tanto anhelaba. Pero lo más doloroso era saber que todo lo que hizo, incluso los actos más cuestionables, lo hizo porque me amaba.

El peso de esa verdad me golpeó con fuerza. Solo después de haberla perdido, finalmente acepté que yo también la amaba.

Incluso en su apariencia mayor, Sarah siempre lograba arrancarme una sonrisa. Su humor y su vivacidad nunca cambiaron, y era algo que me fascinaba de ella. Pero había más, algo que me dejaba sin aliento: esa forma en la que invadía mi espacio personal, siempre sugiriendo algo más. Era atrevida y a veces hasta descarada, pero eso también la hacía única.

Me encuentro un desastre ahora, con lágrimas corriendo por mi rostro, pero no puedo evitar sonrojarme al recordar esos momentos. Y esos besos que me dio cuando rejuveneció... El primero fue inolvidable, una pequeña victoria para ella que la hizo sonreír de una forma que no podría olvidar. Pero el segundo... ese beso fue distinto. Parecía que Sarah intuía lo que estaba por suceder y lo dio como una despedida, un último adiós entre nosotros.

Mi única esperanza ahora es aferrarme a las palabras de Winifred, a esa promesa de que algún día, bajo una luna llena y en víspera de Todos los Santos, podrían regresar. Aunque sé que es una posibilidad remota, no puedo dejar de desear que suceda.

Mis pensamientos se ven interrumpidos por el sonido de pisadas, señal de que la gente se está retirando del lugar. Escucho cómo mueven varias cosas, y cuando el silencio finalmente llena el aire, salgo de mi escondite. Las cuerdas han quedado colgando, pero los cuerpos de las hermanas Sanderson ya no están. Supongo que se los han llevado para quemarlos, para borrar cualquier rastro de su existencia.

Camino dentro de la cabaña, observando a mi alrededor. La escena es un caos; hay muebles rotos pero las paredes se mantienen intactas, aun así, sorprendentemente, el lugar no ha sido quemado. Me invade una mezcla de miedo y desesperación al recordar la bola de cristal. Solo espero que siga intacta, que no esté rota. Me dirijo a la mesa donde Winifred la dejó por última vez.

Mientras reviso cada rincón, algo se cruza en mi camino y tropiezo. Bajo la vista, y ahí está: la bola de cristal, intacta, sin embargo, noto un detalle inquietante. La figura dentro de la esfera, la cual es idéntica a mí, ha cambiado de posición, antes, estaba de pie, sonriendo al frente, con el fondo de un bosque iluminado por la luz del día. Ahora, está acurrucada, casi oculta, como si se hubiera refugiado. No sé si esta figura tenga algún tipo de conciencia, pero estoy segura de que cuando Winifred me la mostró, no se encontraba así.

Sujeto la esfera y la sacudo levemente, esperando algún tipo de reacción, pero nada ocurre. De pronto, comienzan a caer dentro de ella pequeños copos, cubriendo a mi figura en una capa de algo que simula nieve. Es extraño, casi como si el tiempo se detuviera dentro de este pequeño mundo encapsulado.

Pienso en las palabras de Winifred y en la maldición que pronunció para asegurar su regreso. Me dijo que nuestro pacto se rompería con su muerte y que la esfera perdería su propósito, pero aquí sigue, reflejando mi figura atrapada en esa especie de hibernación. ¿Significa eso que no están realmente muertas, sino en algún... plano astral? Miro la figura mientras la nieve cae y cubre su forma; cada copo parece enterrar respuestas que no logro desenterrar.

Finalmente, tomo la esfera y hago un último recorrido visual por la cabaña. Mi mirada se posa en el lugar donde alguna vez descansó el libro de Winifred.

Bajo la Luna de Salem (Sarah Sanderson X Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora