Probabilidades a Nuestro Favor

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Continúo hacia el centro del pueblo. Al llegar, noto una pequeña multitud reunida, y al frente de todos está el reverendo, quien parece estar hablando con fervor. 


Me acerco lentamente, hasta que su voz se vuelve clara.

—Estamos todos de acuerdo en que ese libro maldito debe desaparecer. Hemos intentado quemarlo, destrozarlo, cortarlo, y nada funciona. Así que la única opción es devolver ese libro de donde vino y nunca jamás tocarlo —declara, señalando algo en el suelo.

Me asomo para ver mejor, y ahí está el libro, tirado en el polvo, con el reverendo mirándolo con una mezcla de horror y repulsión. La visión me provoca una punzada de emoción; saber que el libro está tan cerca y a la vez tan inalcanzable me deja inquieta. Contengo mi respiración mientras observo el libro, pensando en lo que podría hacer si lograra acercarme y, quizás, recuperarlo sin levantar sospechas.

—La pregunta es... ¿quién se arriesgará a llevar el libro a la cabaña de las Sanderson? —pregunta el reverendo, su mirada recorriendo a cada persona reunida—. Obviamente, no puedo ser yo; tengo otros deberes en el pueblo. ¿Algún voluntario?

Un silencio pesado cae sobre la multitud. Todos parecen temerosos, evitando mirarse entre sí, como si el solo acto de levantar la vista pudiera condenarlos. Siento que esta es mi oportunidad, pero antes de que pueda hablar, el reverendo alza la voz de nuevo.

—¿Nadie? ... Mmm... Creo que me tocará elegir —murmura, evaluando a cada posible "candidato" con una mirada escrutadora.

—Yo lo haré, reverendo —digo en voz alta. Mi declaración provoca que todos se vuelvan hacia mí, mirándome con una mezcla de asombro y duda. El reverendo me observa con sorpresa.

—Oh, señora Farrer, qué alegría verla por aquí. Aprecio profundamente su valentía, pero esta es tarea de un hombre. El camino es peligroso y arriesgado.

—Reverendo, nadie más quiere asumir esta responsabilidad. Le aseguro que puedo hacerlo y regresaré sana y salva —respondo, proyectando una seguridad que no estoy segura de sentir. 

La gente a mi alrededor empieza a murmurar, y algunos asienten, como si mi decisión les diera cierto alivio y el reverendo me observa intensamente, su expresión una mezcla de preocupación y desconfianza.

—Tome en cuenta que, si va, lo hará sola. No podemos exponer a nadie más del pueblo. Y si le ocurre algo, no iremos a buscarla —me advierte.

—Lo entiendo, reverendo, y acepto el riesgo. Al menos, es lo mínimo que puedo hacer, después de no haber podido ayudar a los hijos del señor Binx —digo, permitiendo que una expresión triste se refleje en mi rostro.

El reverendo me observa en silencio durante unos instantes que parecen eternos. Finalmente, asiente lentamente.

—Muy bien, señora Farrer. No puedo oponerme a su decisión. Está tomando una acción que traerá paz a Salem y restaurará la gloria del Señor. Si Dios la guía en esta misión, tal vez usted sea la elegida por su mano —dice, y su mirada se suaviza levemente—. Señora Farrer, tiene hasta mañana por la noche para deshacerse de ese libro y devolverlo a la cabaña. Si no lo hace, tendrá que dejar Salem.

Asiento, consciente del peso de sus palabras.

—Que Dios esté con usted —añade, y me despido con una inclinación de cabeza, sintiendo las miradas de todo el pueblo y poco a poco la multitud comienza a dispersarse tras las palabras del reverendo

Finalmente me acerco para tomar el libro. Es pesado, y siento su extraño magnetismo mientras camino de vuelta a casa.

Al llegar, todavía es de día, pero no tarda en anochecer. Perfecto. Dejo el libro sobre la mesa, decidiendo aprovechar el tiempo para hablar con Will, quien está conversando tranquilamente con George en el patio.

Bajo la Luna de Salem (Sarah Sanderson X Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora