La Soledad Se Hace Más Profunda

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El tiempo iba pasando y...

Los primeros cinco años fueron los más impactantes para mí. Mis padres y mi abuela fallecieron al contraer una extraña enfermedad, dejándonos a mí y a Liz solas. Antes de irse, mis padres nos entregaron a cada una un collar como símbolo de nuestra unión. Los collares, engarzados con un hermoso rubí rojo, formaban un corazón cuando se juntaban. En sus últimos alientos, me pidieron que protegiera a Liz, sin importar si llegaba a casarse o no.

Después de su muerte, Liz y yo nos unimos aún más, ella heredó la casa de nuestros padres, así que se quedó a vivir allí, y yo la visitaba con frecuencia. Al casarse, nuestras visitas se volvieron menos frecuentes, pero el vínculo seguía fuerte.


Cinco años se transformaron en diez.

La gente del pueblo empezó a murmurar sobre mí, extrañados de que mi matrimonio con Will no diera hijos, mientras que mi hermana ya había formado su familia. Además, comenzaban a notar algo extraño en mí... decían que no envejecía, que parecía igual año tras año y aquello despertó inquietud y sospechas. Sabía que mi presencia comenzaba a ser incómoda, no podría quedarme mucho más.

Una noche, fui a ver a Liz y, entre lágrimas, le pedí que prometiera algo importante: que ese collar lo heredara sus hijos, generación tras generación, sin importar lo que pasara conmigo. Aceptó, aunque estaba visiblemente desconcertada. Nos dimos un último abrazo.

A Will le dejé una nota, explicándole que debía abandonar Salem y que no intentara buscarme, pues sería en vano. Esa misma noche, reuní las pocas cosas que aún tenían valor para mí: el collar, la bola de cristal, los anillos de compromiso de mis padres, la pulsera de mi abuela y algunos vestidos. Con ese pequeño equipaje, me dirigí a la cabaña de las Sanderson.

Sabía que había llegado el momento de empezar a planear el regreso de las hermanas Sanderson. Mi tiempo es eterno, pero mi familia no lo tuvo ni lo tendrá, pero Sarah... Sarah podría acompañarme en la eternidad y, si no logro traerla de vuelta, la eternidad se volverá un destino cruelmente solitario.


Los diez años se transformaron en treinta.

Mi vida se llenó de un solo propósito: crear la vela de la flama negra. Lo que en un principio parecía una tarea sencilla resultó ser de todo menos fácil. No había nadie a quien ejecutaran tras los juicios de Salem, así que me vi obligada a aventurarme en los pueblos cercanos. Viaje tras viaje, recorrí Peabody, Marblehead, y finalmente llegué a Clifton. Tres días después de mi llegada, alguien se quitó la vida, fue un momento desgarrador para el pueblo, pero también mi única oportunidad.

Con determinación y náuseas, me encargué de extraer la grasa antes de que el cuerpo fuera sepultado. Fue la tarea más repulsiva que jamás había realizado, algo tan asqueroso que ni siquiera en la carnicería había experimentado algo similar. Pero para traer de vuelta a Sarah, cualquier sacrificio parecía justificable.

Después de mucho esfuerzo, finalmente regresé a Salem con el último ingrediente que necesitaba para la vela. Había traído suficiente grasa, ya que me tomó tres intentos lograr que la vela quedara perfecta. El primer intento resultó en una vela deforme, y ni el libro ni yo toleramos imperfecciones, en el segundo, un poco de sal cayó accidentalmente sobre ella, arruinándola. 

Finalmente, en el tercer intento, logré crear la vela perfecta. Ahora, solo quedaba esperar la noche adecuada para completar el ritual.

Thackery no sospechaba nada; apenas si pasaba tiempo en la cabaña, prefería visitar a su familia en el pueblo. Lo entendía bien, ya que yo misma me escapaba de vez en cuando para observar a Liz desde la distancia, aunque ella no lo sabía, cuando me fui, lloró desconsoladamente, y eso me dejó una herida que aún no sana del todo. Mi promesa de protegerla a la distancia se convirtió en una especie de consuelo.

Bajo la Luna de Salem (Sarah Sanderson X Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora