Él es un piloto que enciende pasiones dentro y fuera de la pista. Con una sonrisa cautivadora y una mirada que desarma, sabe el efecto que tiene en los demás... y lo disfruta. Pero cuando te conoce, algo cambia. Tú no eres como el resto; no caes en...
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La luz temprana de Las Vegas comenzaba a colarse por las ventanas cuando me desperté con una idea en mente. Hoy era el cumpleaños de Lando, y quería hacer algo especial para él, algo que lo sorprendiera y le hiciera empezar el día con una sonrisa. No estaba segura de cómo lo tomaría, pero sabía que al menos apreciaría el gesto.
Después de darme una ducha rápida y vestirme, bajé al área del restaurante del hotel. Convencí a uno de los empleados para que me ayudara a armar un desayuno bien completo: café, jugo de naranja, tostadas, frutas, croissants y hasta un pequeño pastelito con una vela para que pudiera pedir un deseo. Lograr que me dieran acceso a su habitación fue un poco más complicado, pero conseguí convencer a recepción de que había olvidado mi tarjeta en la habitación y necesitaba otra.
Ya con la bandeja en mis manos y la tarjeta extra de su habitación, subí a mi cuarto primero. Dejé todo en ordenado. Con una sonrisa traviesa, tomé la bandeja y me dirigí a su habitación.
Abrí la puerta con cuidado, tratando de hacer el menor ruido posible para no despertarlo antes de tiempo. Al entrar, el ambiente estaba en calma, solo se escuchaba su respiración tranquila desde la cama. Dejé la bandeja a un lado y escondí la cámara de mi celular en un rincón, asegurándome de que capturaría su reacción sin ser demasiado obvia y saqué algunos globos que había llevado, amarrándolos con cuidado a una silla cercana para que fueran parte de la sorpresa. Acomodé la bandeja y me acerqué a la cama, esperando ver su reacción.
Lando comenzó a moverse un poco, parpadeando lentamente mientras despertaba. Al verme con la bandeja en mano y los globos a su alrededor, su rostro pasó de confusión a sorpresa, y luego a una sonrisa que iluminó sus ojos.
—¡Feliz cumpleaños! —dije, emocionada.
Lando se incorporó lentamente, aún con una expresión de asombro en su rostro. Sin decir nada, se inclinó hacia mí y, en un impulso, me dio un beso apasionado, uno de esos que decían más de lo que las palabras podrían expresar. Sus labios eran suaves y cálidos, y sentí un calor especial recorriendo mi cuerpo al responderle. Finalmente, se separó, mirándome a los ojos con una mezcla de gratitud y cariño.
—Esto es increíble. Gracias por esta sorpresa —susurró, tocando mi mejilla suavemente.
—De nada. Es tu día, así que quería hacer algo especial para vos —respondí, todavía sonriendo.
Nos quedamos unos minutos hablando mientras él comenzaba a probar el desayuno, haciéndome preguntas sobre cómo había logrado todo y riéndose cuando le conté que había mentido para conseguir la tarjeta de la habitación. Entre risas y bromas, sentí que habíamos creado un pequeño espacio solo para nosotros en medio de todo el caos de Las Vegas.
La Llegada de Franco
Justo cuando Lando estaba terminando su desayuno, alguien llamó a la puerta. Me levanté para abrir, y ahí estaba Franco, con una sonrisa y una bolsa llena de regalos en la mano.
—¡Buen día, cumpleañero! —exclamó Franco al entrar, dándole un abrazo a Lando—. Espero que estés listo para los regalos porque no escatimé en presupuesto, eh.
Lando aceptó el regalo de Franco con una mezcla de sorpresa y entusiasmo. Mientras lo abría, Franco y yo intercambiamos una mirada de complicidad, esperando su reacción. Había varias cosas, desde una camiseta con el logo de su equipo hasta un llavero con un pequeño auto de Fórmula 1 y un par de detalles que sabíamos que le harían reír.
—Gracias, hermano. Se nota que me conocen bien —dijo Lando entre risas, levantando la camiseta para examinarla.
—¿Acaso lo dudabas? —respondió Franco con su toque de picardía—. Además, hoy tenés que prepararte, porque esta noche habrá fiesta. Y no cualquier fiesta, una que no vas a olvidar.
—¿Fiesta? ¿Qué están planeando? —preguntó Lando, fingiendo sospecha, aunque sus ojos brillaban con anticipación.
Franco y yo nos miramos y simplemente sonreímos. Sabíamos que la noche sería algo especial y queríamos que Lando se sintiera celebrado de una manera única. Pasamos un rato más en la habitación, bromeando y disfrutando del momento. Ver a Lando tan relajado y feliz en su día nos llenaba de alegría a ambos.
Cuando finalmente nos despedimos para dejarlo prepararse para el día, Lando nos recordó sobre la fiesta que había organizado para la noche. Nos pidió que estuviéramos allí sin falta y que estuviéramos listos para celebrar en grande. Franco y yo, con nuestras miradas cómplices, sabíamos que esta celebración sería memorable, y estábamos más que listos para acompañarlo en su día.
