Cansado de los abusos por parte de su padre, Toya, con ayuda de su hermana, deciden denunciarlo a las autoridades. A partir de ahí, guiado por una abogada, Toya y Fuyumi luchan por la custodia de sus hermanos. Ese proceso duró cuatro años, cuatro añ...
Toya descubre a Keigo inconsciente y siendo agredido por un hombre corpulento. Paralizado por el horror, finalmente reúne el valor para atacar al agresor con un jarrón, dejándolo inconsciente. Sin embargo, el hombre logra escapar antes de que Toya pueda detenerlo.
Cuando Keigo despierta, está desorientado y entra en pánico, llegando a acusar a Toya. Entre lágrimas, Toya logra calmarlo y explicarle lo sucedido. Agradecido pero destrozado, Keigo le confiesa que conoce a su agresor.
Mientras tanto, el atacante, Goto Imasuji, huye por las calles, solo para ser interceptado por la policía gracias a un chivatazo anónimo. Ahora, su plan ha fracasado y se encuentra bajo custodia.
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En la habitación de Keigo, todavía en la cama y cubierto únicamente con las mantas, el rubio le contaba a Toya todo lo relacionado con Imasuji: su acoso y sus intentos de violación. El pelirrojo escuchaba atento, cada palabra avivando en él un sentimiento de impotencia y una rabia creciente. Si no se hubiera marchado cuatro años atrás, esto jamás habría sucedido.
—Y eso es todo... —Keigo bajó la mirada, dejando escapar una risa amarga—. Al final, consiguió lo que quería. Toya levantó la vista y apoyó su mano sana en el hombro de Keigo.
—Lo siento... Si hubiera llegado antes... —suspiró profundamente—. No, si no hubiera sido tan estúpido ayer y esta mañana...
Toya se refería al beso y lo ocurrido esa mañana en su casa. Keigo no dijo nada al principio, pues no sabía qué responder. Ahora, más calmado, notó que el pelirrojo llevaba un brazo vendado.
—¿Qué te pasó?
Toya miró su brazo y esbozó una sonrisa sarcástica.
—Bueno... esta mañana me caí...
Al escuchar eso, la cara de Keigo se contrajo al recordar cómo lo había empujado y el grito que Toya dio en ese momento. Había salido corriendo sin preocuparse por él.
—Dios... ¿es culpa mía?
—No, no... —respondió rápidamente—. Fue mi culpa... por, ya sabes, besarte.
Esa confesión reorganizó los pensamientos de Keigo. Sin darse cuenta, se encogió sobre sí mismo y se cubrió más con las mantas. Toya notó el cambio en su postura y se levantó, entendiendo que Keigo se sentía incómodo.
—Bueno... Creo que deberíamos llamar a la policía... —sugirió Toya, dando un par de pasos hacia atrás.
—No. —Keigo reaccionó al instante—. Mejor no los llamemos.
—Pero, Keigo, no puedes dejar que ese tipo se salga con la suya.
—Da igual. No quiero más policías, ni más preguntas que me hagan parecer como si yo hubiera provocado esto.