XXXIII - Eso es.

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Miku estaba sentada en esa silla de ruedas tan sumamente incómoda, mirando su lata de cola que hacía un buen rato que tenía entre las manos aun medio llena. Estaba en dirección al patio de la escuela, en el que, a través de la ventana, se podían distinguir a los hermanos Kagamine corriendo como locos persiguiéndose mutuamente mientras gritaban con avidez.
Kaito se encontraba de pie a su lado, con una mano en el bolsillo y otra sosteniendo una lata de gaseosa que, a pesar de haberse terminado hace rato, no se dignaba a soltar. Mantenía la vista clavada en el patio, pero de vez en cuando la dirigía a la chica, la cual no se daba cuenta de sus miradas intensas.
Hacía unos largos minutos que Luka había desaparecido y el silencio se expandió entre ellos dos. Ninguno dijo nada, aunque Miku estaba que estallaba por dentro de las cosas que tenía por decir. Pero aún tenía que organizar sus pensamientos. Intentó pensar en qué debía decir primero y, después de un pequeño rato reflexionándolo, habló:
-Es raro, ¿sabes?- dijo simplemente sin levantar la vista.
Kaito se sorprendió al verla decir eso. Iba a beber otro sorbo de su lata de gaseosa, pero se dio cuenta de que estaba vacía, así que la dejó en el marco de la ventana y la miró con cara de interrogación.
-¿El qué?- preguntó él.
-En mi otro instituto me odiaban sin razón alguna- respondió. Dejó volar un poco las palabras mientras el silencio se hacía más potente. Kaito no dijo nada-. Michael era un buen chico, y podría jurar que incluso me llegó a gustar de verdad. Pero era el único.
Tras decir eso, pegó un sorbo de la lata que tenía entre las manos.
-¿El único?- se preguntó Kaito. Se encontraba un poco incómodo, pues ahora la chica que le gustaba estaba hablando sobre un antiguo amor con él a solas. Aunque no quiso verse afectado.
-Nadie más me quería. Salvo él, nadie más me apoyaba. Era como si hubiera sido creada sólo para ser odiada y, con eso, dejé de quererme a mí misma. Empecé a ver a Michael como alguien que me ponía el universo para torturarme.- Hizo un pequeño silencio y Kaito tragó saliva-. ¿Por qué?- Miró al chico, sabiendo que él se hacía esa misma pregunta-. ¿De qué te serviría un pequeño muro de contención en un campo de batalla si te fusilan por todos lados?- Volvió a dirigir su mirada a su lata de cola-. Michael era alguien a quien podía recurrir pero que, sin embargo, no me servía de nada. ¿Me alegraba? Pues claro. Pero cuando él desaparecía... todo seguía igual.
Kaito no sabía a dónde quería llegar, pero aun así no dejó de escucharla. Transmitía dulzura en cada palabra que ella pronunciaba y eso le impedía articular palabra, temiendo interrumpir su voz.
-No estoy siendo desagradecida, pero es la verdad.
Dicho eso, Miku volvió a sorber de su lata y enmudeció.
-¿Y qué es tan raro?- preguntó el chico al fin.
-Que contigo no siento eso- respondió ella tras un par de segundos.
Al decir eso, Kaito no sabía si pensar en algo bueno o malo. ¿A qué se refería? ¿A qué él no le proporcionaba ese sentimiento de protección? ¿O más bien a que él era mejor "muro de contención"? Aunque empezó a ponerse nervioso, quiso actuar con naturalidad pues aun no acababa de entender qué quería expresar realmente esa chica.
-¿A qué te refieres?- preguntó.
-Michael sólo era la cruz que asustaba al diablo- respondió Miku. Esa respuesta imprecisa desconcertó al chico.
-Quieres decir entonces que...- Kaito no sabía que responder porque, realmente, no sabía de qué hablaba con exactitud.
-Eres más como mi armadura. Estás siempre ahí para protegerme aunque yo me acurruque a un rincón sin creer en nadie para rescatarme.- Dicho eso sonrió por lo bajo, mirando aún su lata de cola.
Un escalofrío recorrió todo el cuerpo del muchacho. La miró de reojo, bastante desconcertado pero, a la vez, feliz. No sabía cuál era el propósito de esa conversación, pero al decirle que él era como su armadura, no sabía por qué, pero se sintió orgulloso y afortunado.
-No sé si decir gracias o de nada- dijo él alegremente.
-No tienes que decir nada- respondió ella negando con la cabeza, casi interrumpiendo las palabras del chico-. Con todo eso quiero decir...
Su nerviosismo iba aumentando por momentos. Miku no era nada concreta en esos momentos, no sabía a dónde quería llegar. Ella respiró hondo, soltando un largo suspiro, como si también se encontrara igual de nerviosa que él.
Aunque no pudo seguir hablando. Se echó a llorar sin previo aviso y dejó caer la lata al suelo.
Kaito rápidamente se agachó para verle la cara, pero ella se la tapaba con las manos. Su llanto era silencioso, quizás porque había aprendido a sellar su voz para no llamar la atención de nadie.
Aunque él no entendía nada, la abrazó como haría cualquier buen amigo y se quedó así un buen rato hasta que las lágrimas de la chica cesaron un poco.
Ella notaba mucha presión. No era una declaración lo que iba a hacer. Más bien era una confesión. Iba a contarle todo, cada una de sus preocupaciones, cada uno de sus desechos. Iba a decirle cuánto le quería por estar a su lado a pesar de lo pelma que resultaba a veces.
El universo la había compensado regalándole unos grandiosos amigos, gente que la quería, pero su verdadera preocupación, lo que la hizo llorar en ese momento no era ni por Michael, ni por Kaito, ni siquiera por el acoso escolar que vivió tantos años.
No había podido ocultarlo a pesar de que lo intentaba con todas sus fuerzas. Le alegraba pero, al mismo tiempo, la entristecía.
Fue muy deprisa.

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