VI - Mikuo, el hermano.

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Empezaron la clase, pero ella se sintió insignificante entre tanta gente. Había, por lo menos treinta personas. Ocultaba sus manos debajo del pupitre por pura timidez y evitaba la mirada con cualquiera de las personas. Sobretodo uno de los chicos, Kaito, que se sentaba a su lado y era del que le mandaba más miradas.

El profesor, el que escuchó llamarse Akio Sunohara, le llamó la atención de repente, obligándola a ponerse de pie.

La mandó enfrente de la clase, diciendo cosas sobre la nueva escuela. Como que era el lugar donde predominaban las voces más prodigiosas de toda la comarca, las más célebres entre los jóvenes, y el sitio que siempre ganaba concursos de música y de talentos en general.

Al llegar al lugar, notó que la circulación se le aceleraba y que temblaba como una hoja fría colgando del árbol.

-Es algo tradicional- le contó el señor Sunohara-. Nos gustaría que cantaras algo para toda la clase, de un minuto como mínimo.

"¿Como mínimo?", se preguntó por dentro algo asustada. Bajó la mirada hacia sus pies mientras pensaba en qué podía cantar. Aunque no le apetecía nada.

Entonces se acordó de una canción que ella y su hermano compusieron hacía un año, y pensó que podría cantarla sin miedo a equivocarse, pues la letra y la melodía eran originales de ella.

Empezó a cantar hasta que llegó al estribillo y luego de cantarlo, enmudeció dirigiendo su mirada de nuevo en los pies. La clase aplaudió contenta, hasta algunos se levantaron de los asientos. Ella pensó que quizás esas eran las reacciones comunas al escuchar a alguien cantar.

-Tienes una voz prodigiosa- comentó el profesor asombrado. De repente, dirigió su mirada a Gumi-. ¡Megpoid!- La chica se levantó al acto-. Llama a la profesora Ibuki, que parece que tenemos un nuevo miembro.

Ella se miró al profesor y luego se miró a la clase. No tenía ni idea de qué hablaban.

-Bueno, Hatsune, ve a sentarte de nuevo, que te veo mareada.

Y era cierto, estaba que no podía ni mantenerse en pie. Ya había cantado en público una vez, pero eso fue totalmente diferente. Iba encubierta y con una identidad falsa que la protegiera de los abusones.

Ahora estaba frente a treinta personas, de las cuales cuatro empezaba a considerar amigas. ¿Amigas? De eso ella no tuvo nunca.

Llegó la hora de salida después de una larga mañana escuchando a sus nuevas compañeras reír y tocar canciones rockeras con la guitarra y canciones de jazz con el saxofón. Al sonar el timbre, salió fuera del recinto buscando desesperadamente a su hermano. El día fue divertido, para variar.

Salió de escondidas de su clase y se dirigió en una parte oculta de la entrada donde la esperaba un chico más alto que ella con las manos en los bolsillos.

-¿Qué tal?- le preguntó al verla.

Siempre le dirigía miradas comprensivas y una leve sonrisa que indicaba que todo iba bien, algo que la tranquilizaba siempre.

-Bastante bien- le respondió ella tras sentarse en un banco de piedra que había frente al chico.

-Venga, levántate la camiseta- le dijo con tranquilidad.

Al levantársela, tenía un gran vendaje que le cubría gran parte de la barriga y el abdomen. El chico se la quitó con delicadeza y sacó un botiquín de su mochila.

Tras el vendaje se ocultaba una brecha de colores morado y rojizo, con tonos negros. Una herida bastante grave que si hizo tiempo atrás al ser empujada contra la barandilla de las escaleras y casi partirse la columna vertebral.

Rin Kagamine observaba la escena ocultada tras la pared del gimnasio, acompañada de Luka, Meiko, su hermano Len y un chico con un vendaje en el ojo: Oliver.

-¿Qué hace con Mikuo?- preguntó Meiko con cara de asombro.

-Me parece que es su hermano mayor- comentó Len.

-El parecido es razonable- afirmó Luka-. ¿Pero por qué tiene la camiseta levantada?

Entonces Miku se giró un poco, haciendo que los chicos pudieran ver su enorme herida. Rin se tapó la boca impresionada, mientras que Oliver estuvo casi a punto de salir a socorrerla.

-¿Qué tal la gente?- le preguntó su hermano mientras curaba delicadamente la brecha.

-Es muy simpática- respondió con una sonrisa triste.

-Me alegro. Pero ¿les has comentado algo sobre tu pasado?

Negó con la cabeza.

-¿Por qué? Tienen que saber, por lo menos, de tus heridas. Puedes sufrir mucho más si alguien te tira al suelo sin querer.

-No quiero contarle nada a nadie.

-No entiendo esa costumbre tuya en callarte incluso lo más importante de tu vida.

-A nadie le importo lo suficiente.

-No digas eso...

De repente, Rin salió del rincón y corrió hacia donde estaban el par.

-¡A nosotros sí nos importas!- gritó con su voz de niña pequeña.

-¿Rin?- se extrañó Mikuo-. ¿Nos estabas espiando?

Miku se bajó rápidamente la camiseta procurando que no se notase su gran herida.

-¿Cómo te atreves a decir que no le importas a nadie, Miku Hatsune?- le espetó señalándola con el dedo casi rozando su cara-. ¡Aquí todos somos una gran familia!

Ella se quedó paralizada ante tanda hermandad y familiaridad. Rin estaba enfadada a la vez que triste, parecía que ese comentario la hubiera hecho reaccionar.

De tras la pared del gimnasio, fueron saliendo personas cargadas con una mochila. Era obvio que los habían estado observando en lugar de irse hacia casa.

-¿Qué es eso de tu pasado y tus heridas, Miku Hatsune? ¿A qué se debe ese moratón que tienes partiéndote la barriga en dos?- preguntó Rin de nuevo con el mismo tono de ira.

Ella calló. Miró hacia sus pies mientras intentaba no desmayarse. Era su secreto, su coraza. Decir toda la verdad era algo que le costaba mucho, pues acostumbraba a callarse todos sus pensamientos, todas sus lágrimas. A no contar nada sobre ella.

-Sufrió acoso escolar durante todos sus años como estudiante- informó Mikuo abrazando a su hermana con el brazo-. Yo era el único que lo sabía, pero nunca nadie quiso hacer nada al respecto.

Luka pareció impresionarse ante eso. Descruzó los brazos y se miró a sus compañeros con cara de asombro. Al igual que Meiko.

-Por eso es tan callada, supongo- acabó su hermano.

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