XXXV - Acogedor.

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-¿Qué ha pasado, Miku?
Fue Rin la que corrió a la velocidad de la luz hasta su amiga y le cogió las manos con cuidado mientras se agachaba para mirarla fijamente.
-Que no me entere yo que este chaval te ha hecho algo- dijo esta vez Haku cogiendo a Kaito por el cuello, obligando al chico a inclinarse. Le apretó el cuello y le puso un puño en la cabeza.
-¡Déjame, Yowane!- exclamó Kaito.
-No es nada de eso- respondió Miku con voz temblorosa.
-Has llegado más feliz que una perdiz y ahora parece que se haya muerto alguien - dijo Rin con una sonrisa irónica.
Al decir eso, Miku volvió a romper al llanto. Kaito se deshizo de su compañera y fue a darle una colleja a la pequeña rubita. Rin se acarició la nuca con cara de dolor, y cuando iba a pedir explicaciones, se dio cuenta de la situación.
-Rin, ¿también te dejaste la delicadeza cuando saliste de casa?- le espetó Len.
-¡Lo siento!- chilló Rin conmocionada. Casi también se pone a llorar-. ¡Lo siento!- repitió esta vez para su hermano.
Se hizo oscuro después de un largo rato de lágrimas, abrazos y palabras de apoyo con sus amigos. Pero, de repente y de la nada apareció un chico acompañado de una chica despampanante. Todos reconocieron esa cara enseguida, sobretodo Miku, la que sólo deseaba caerse por un precipicio y cerrar los ojos para siempre.
-Anda, Miku, me contaron lo de la pelea- dijo simplemente, apartándose de la chica que le acompañaba.
-¿Por qué hablas con ella?- le preguntó la chica con tono despectivo.
Sólo le faltaba eso para terminar la semana.
-Cállate- le espetó el chico directa y firmemente-. ¿Estás bien?
-¿Acaso estás ciego, Michael?- preguntó retóricamente Miku con ira.
El chico se sobresaltó ante la reacción de la chica y dio un paso atrás. Miku soltó una risa sarcástica y luego se volvió a poner seria, mirando fríamente a su antiguo amigo a los ojos.
-Voy en silla de ruedas con un ojo medio ciego, las piernas rotas, las muñecas llenas de cortes profundos, golpes por todo el cuerpo y un gran moratón en el abdomen que no hace el favor de curarse por culpa de unos imbéciles que me amargaron la adolescencia. Llevo seis meses sin poder pagar el alquiler del piso, mi padre está en la cárcel, me has abandonado cruelmente y, aparte de todo eso, han atropellado a mi madre. Cuándo, dime, ¿¡cuándo se te ha pasado por la cabeza que pueda estar bien!?- dijo ya en la cima de su enfado. Las lágrimas empezaron a brotar de nuevo de sus ojos.
Kaito la cogió por los hombros para intentar hacerla calmar, pero ella echó a llorar desesperadamente. La chica que acompañaba a Michael resopló como si acabara de ver un fantasma y estuviera exhausta del susto.
-Tu... tu madre...- empezó a decir el chico.
-Kaito- dijo Miku de repente relajando los hombros-. ¿Puedes llevarme hasta la parada del autobús, por favor?
-Eh... Sí, por supuesto- respondió el chico.
La arrastró despidiéndose de todos sus amigos y mirando a Michael de reojo con una clara falta de confianza.
Cuando estuvieron ya en la parada del autobús, gracias a una pequeña rampilla, la chica pudo subirse con facilidad. Pero cuando estaba a media rampilla y Kaito ya se estaba despidiendo para irse hacia su casa, ella le cogió rápidamente de la mano y le suplicó que no la dejara sola.
Él sonrió y le respondió que no se preocupara, que la acompañaría hasta la puerta de su casa. Su dificultad para caminar la iba a impedir poder subir las escaleras de su edificio, pero con la fuerza de su amigo quizás podría llegar sin hacer ningún sobreesfuerzo.
Dentro del autobús, las miradas se centraban únicamente en ella. Seguía sujetando la mano de Kaito con mucha firmeza, como si temiera que, al soltarla, él fuera a irse. Una mujer susurró algo al oído de quién podría ser su marido, algo sobre lo mal que lo debió pasar esa chica para llegar al punto de tener que llevar silla de ruedas. Además, hubo un chico que afirmó a sus compañeros que esas heridas eran bastante actuales, y que quizás sería mejor no molestarla.
Cuando bajaron de la parada, Kaito se dio cuenta de que aún tenían que andar unos cuantos metros, así que empezó a arrastrar a Miku hasta su casa.
-Perdóname- dijo ella mientras caminaban-. Sé que es muy tarde...
-No tienes que disculparte. Es lo mínimo que puedo hacer- respondió él.
Eran casi las nueve de la noche. La chica sabía que, al llegar a su casa, no iba a encontrarse a su hermano, pues él volvía de trabajar pasada medianoche. Así que se quedaría sola.
Kaito dejó a Miku en el portal mientras subía su silla de ruedas y entonces volvió a bajar para subir a su amiga. La recogió como un recién nacido, y subió con cautela y tranquilidad los peldaños gastados de esa estrecha escalera. "Un ascensor no estaría de más", pensó cuando estaban a punto de llegar delante de la puerta de su piso.
Ella seguía con los ojos humedecidos y la cara congestionada. Había estado llorando y aún seguía por dentro. Además su cuerpo estaba frío como el hielo.
Parecía muerta.
Al entrar en el piso, tras cerrar bien la puerta, Miku le pidió que la arrastrara hasta su habitación. Se descalzó y se recostó en su único colchón, escondiendo la cara en una almohada turquesa que tenía tirada por ahí encima.
Kaito estaba dispuesto a irse pero, de nuevo, la chica la agarró la mano con fuerza.
-Quédate, por favor- le pidió-. No quiero estar sola, y Mikuo tardará en volver.
-Te relajarás mejor estando sola- le respondió él. No deseaba quedarse a solas con ella. Quizás sí en otras circunstancias y en otro sitio, pero no en ese momento, en el que la chica que quería yacía ante sus ojos descalza, medio dormida, llorando en silencio con el corazón hecho trizas.
Ella soltó su mano y abrazó con todas su fuerzas la almohada.
Ese gesto a él le pareció doloroso. Realmente ella no quería estar sola. Tampoco debía, así que se sentó a su lado, mirando al otro lado de la habitación, mientras oía como, lentamente, la respiración de Miku se relajaba y acababa transformada en leves suspiros que indicaban un profundo sueño.

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