Capítulo 82

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Benedict Dagger

Tres semanas antes...

Río mientras bebo de mi copa, con la mirada fija en Alice. Luce cansada, pero tranquila, ahora que Maxwell se ha ido.

Al fin. Ese hijo de perra duró más de lo que creí.

—¿Cómo lo estás llevando? —pregunto.

Veo cómo su expresión cambia. Se tensa y baja su copa de vino. Desde esta habitación de la Arena, la música es tenue, permitiéndome escucharla con claridad. A la luz cálida del ambiente, puedo apreciarla mejor.

—Tengo algo que decirte.

—¿Qué?

Sus ojos color miel reflejan más de lo que está dispuesta a admitir.

—Mentí —susurra con dificultad, consternada—. No iba a casarme con Maxwell para salvar la empresa de mis padres, sino porque papá le debía dinero a Robert Harper.

Baja la mirada.

—Los Emerson pidieron su ayuda para chantajear a mis padres y lo lograron. Así fue como nos comprometieron.

—Ya no importa —bebo de mi tequila preparado—. Ambos están muertos.

—Pero la deuda sigue.

Se queda en silencio, solo me observa. Y, de repente, no sé por qué me siento tan mal.

—¿A qué quieres llegar? —pregunto, sin entender a dónde va esta conversación.

—Me voy de Inglaterra mañana.

Río sin gracia, confundido. Dejo la copa sobre la mesa y me inclino hacia adelante, adoptando una postura más seria. Acabo de recuperarla, finalmente podemos estar juntos... ¿y me sale con esto?

—¿Por qué?

—No espero que lo entiendas.

—¡Entonces explícate!

Niega con la cabeza, humedeciéndose los labios. Sus ojos cristalizados me miran con culpa y pena.

Levanto la barrera de indiferencia. No voy a dejar que vuelva a romperme el corazón.

—La deuda sigue y se ha acumulado por años. Sin Robert ni Maxwell, los hombres que trabajaban para los Harper van a cobrar sus cuentas tarde o temprano. Es mejor que lo hagan cuando ni mi familia ni yo estemos aquí.

—Puedo ayudar —digo, firme.

—Por más que quiera aceptar, no puedo —intenta alcanzar mi mano, pero me aparto—. Maxwell les contó a mis padres sobre nosotros y ya los decepcioné bastante. No quiero que sepan que sigo involucrada contigo.

—Ahora te avergüenzas de esto —señalo, incrédulo.

—¿"Esto"? —inquiere. Su expresión se endurece—. Nunca fuimos nada. Nunca seremos nada. Olvida lo que pasó entre nosotros. Yo lo haré.

—Oh, ¿en serio?

—Sí.

Asiente con decisión.

—Empieza por largarte de mi puta vista —bramo, colérico.

Cobarde. Tanto tiempo esperando este momento, finalmente entendía mis sentimientos por ella, lo dispuesto que estaba a cambiar. ¡Lucifer! Dejé a las putas y las drogas para ser un hombre mejor... por ella. ¿Y así me paga?

Que se joda.

Se pone de pie, acomodándose su gabardina blanca y ajustando su bolso Louis Vuitton en el brazo. Sus ojos miel están oscuros y, al mismo tiempo, tristes.

La Herencia BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora