Capítulo 83

16 2 0
                                    



Ophelia Drew.

Revuelvo mi whisky en las rocas mientras observo el único recuerdo físico que tengo de mi hijo.

Acaricio la foto de un pequeño Nicholas sonriente, dejando a relucir sus hoyuelos, los mismos que heredó de mí. Lleva una camisa azul marino que resalta sus ojazos y su cabello está revuelto por el viento, marcado por los rizos naturales que tiene.

Probablemente los heredó de su abuelo, mi padre.

«Mi niño».

Beso la foto con añoranza. Lo perdí. Nunca fue mío, y ese fue mi error. Mi culpa fue condenarlo a esta vida. Sabía lo que Nicholas representaba para mí y para su padre. Ambos fuimos egoístas: yo lo usé para mantener a Gerauld conmigo, y Gerauld lo usó como arma para su propio beneficio.

Esa era mi carga: haber sido la culpable de que mi propio hijo no fuera feliz. De que no creciera en una linda familia tradicional que lo amara y protegiera de lo malo.

Quién iba a decir que mi hijo sería criado por otra mujer... Al menos Dina fue dulce y maternal con él. Fue todo lo que yo deseaba ser.

Yo solo era una chica con sueños. Quería convertirme en una gran pintora y luego formar una familia, una grande. Jamás quise esta vida, rodeada de mafias y muertes. De constantes abusos y humillaciones.

«Ser feliz».

Escucho cómo se abre la puerta. Dejo la foto entre los libros y recojo las cosas que usé para curar a Dylan y Elizabeth. Los pobres han estado aquí demasiado tiempo. Aún no sé por qué Nicholas tarda en encontrarlos.

—Curando de nuevo a las lacras —señala con esa fastidiosa voz melosa—. Ya sabes que a Tommy no le gusta que lo desobedezcan.

Me giro, recargándome contra el mueble. Dejo mi trago sobre las repisas. Su mirada se desvía al notar los rastros de sangre en mi rostro y manos.

El cuerpo del hombre que Thomas envió para torturarme descansa sobre la cama. El hijo de puta intentó abusar de mí. Otra vez.

Esas eran las torturas que tenía que soportar de mi propio hijo: choques, abusos, golpes, desnutrición e intentos de asesinato... Pero nada dolía más que la amenaza constante de matar a mi Alexander.

—¿Qué más da? —ruedo los ojos.

—¿Otro, Ophelia? —inquiere, señalando al hombre muerto.

—¿Por qué? ¿Quieres ser la siguiente?

La bofetada llega rápido, me gira el rostro. Sonrío sin gracia y la miro fijamente.

—Si estás aquí es porque te lo ganaste. Por zorra —escupe, molesta. Alzo las cejas, incrédula ante su altivez—. Mi padre estaría decepcionado de ti.

—Tanto que mató a tu madre para casarse conmigo —doy donde duele.

Chista.

—Mi madre era débil y mi padre merecía a alguien digna de ser su mujer —responde con firmeza, a pesar del dolor que oculta—. Y al parecer se equivocó contigo.

—Eso no borra que aun así me amó más que a Margaret.

—¿Y tú lo amaste? —pregunta.

—Ni un poco.

Intenta abofetearme de nuevo. Su rostro afilado se contrae de furia, pero la detengo, sujetando su brazo con fuerza.

—No los mereces. No merecías a mi padre ni mereces a mi hermano —brama, escupiéndome del coraje.

La Herencia BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora