XII

368 67 14
                                    

Entraron a la cabaña en silencio. Lisa sentía el peso de la situación en cada uno de sus pasos, mientras Jennie se apresuraba hacia el botiquín, su instinto de Omega en alerta al ver a su cachorra herida. Canny estaba sentada en el sofá con un puchero en los labios, pero lo que realmente llamó la atención de Lisa fue la pequeña figura de Anna, que se mantenía de pie en la entrada, con los puños apretados y una expresión estoica que no encajaba con su corta edad.

Jennie volvió rápidamente con gasas y un frasco de antiséptico, arrodillándose frente a Canny y tomando con suavidad sus brazos. La niña hizo una mueca cuando su madre pasó el algodón húmedo sobre sus raspones, pero no se quejó. Lisa, por su parte, mantenía su mirada en Anna, quien evitaba su contacto visual con evidente incomodidad.

—Ven aquí, pequeña —dijo Lisa con voz calma.

Anna no se movió. Jennie levantó la vista y le ofreció una sonrisa suave.

—También necesitas que te curen —dijo Jennie—. No te haré daño, solo quiero ayudarte.

Pero Anna retrocedió un paso, su cuerpo tenso como si esperara un ataque. Lisa frunció el ceño, sintiéndose extrañamente afectada por esa reacción. No era solo miedo, era desconfianza.

—Jennie es mi esposa —intervino Lisa, dando un paso hacia la niña—. No te hará daño, solo quiere limpiar tus heridas.

Anna alzó la vista y la miró con una expresión dura. Sus ojitos brillaban con desconfianza, pero también con algo que Lisa no supo identificar al principio. Finalmente, Anna soltó un suspiro bajo y avanzó a regañadientes. Se sentó en el borde del sofá, lejos de Canny, y dejó que Jennie se acercara con las gasas.

—Esto puede arder un poco —susurró Jennie con dulzura antes de limpiar un corte en su mejilla.

Anna apretó los labios con fuerza, pero no hizo ningún ruido. Lisa la observó con atención. Era fuerte, eso era indudable. Y ahora que la veía más de cerca, podía notar los rasgos familiares en su rostro. Los ojos, la forma de la nariz, la expresión seria que recordaba haberse visto reflejada en el espejo tantas veces.

—Anna —llamó Lisa con suavidad, agachándose frente a ella—. Quiero hablar contigo.

La pequeña la miró de reojo, pero no respondió. Lisa tomó aire y continuó.

—A partir de ahora te quedarás aquí, en la manada, conmigo —dijo—. No podrás ver a Nayeon por un tiempo.

Los ojitos de Anna se endurecieron al instante.

—¿Por qué? —preguntó con voz baja.

—Porque ella ha hecho cosas malas —explicó Lisa con paciencia—. Y ahora debe responder por ellas. Pero eso no significa que tú estés en peligro. Nadie aquí te hará daño. Soy tu madre.

Anna frunció el ceño y apretó las manos en su falda.

—Ya lo sé —dijo de repente.

Lisa parpadeó, sorprendida.

—¿Lo sabías?

La pequeña asintió lentamente.

—Mamá siempre me lo dijo —murmuró—. Dijo que tú eras mi otra madre… pero que nunca me quisiste. Que me dejaste porque no querías una hija con ella.

Un silencio pesado cayó sobre la habitación. Jennie se quedó inmóvil, con la gasa aún entre las manos, mientras Lisa sentía su pecho apretarse con una rabia que no sabía si era dirigida a Nayeon o a sí misma por haber dejado que esa mentira se arraigara en la mente de la niña.

—Eso no es cierto —dijo Lisa con firmeza—. Nunca supe que existías, Anna. Nunca habría permitido que crecieras lejos de mí si lo hubiera sabido.

Stitches - Jenlisa GipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora