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Me senté en la cama con las manos apoyadas sobre mi vientre y los ojos llenos de lágrimas. Era ridículo llorar por eso, lo sabía, pero no podía evitarlo. Harry me rodeó con los brazos, sentado detrás de mí, su barbilla apoyada en mi hombro. Me acariciaba la barriga con una mano, como si pudiera calmarme con solo ese gesto. A veces, podía.

— ¿Y si es un niño? — Sollozaba — Quiero que sea un niño... pero también quiero que sea una niña.

Sentí cómo se reía en silencio, su pecho vibrando contra mi espalda.

— Amor, no puedes tener los dos a la vez — Murmuró, divertido — Bueno, a menos que estemos esperando gemelos y no nos hayan dicho nada.

Me reí entre lágrimas y negué con la cabeza, limpiándome los ojos con la manga de la camiseta que había robado de su lado del clóset.

Hoy era el día de la fiesta de revelación, y aunque Abby y Devon se habían encargado de todo, yo no podía dejar de pensar en lo que estaba por pasar. Hace apenas unas semanas habíamos estado celebrando la revelación del bebé de Abby, rodeados de globos azules y lágrimas de felicidad. Ella estaba esperando un niño, y su emoción me había contagiado tanto que ahora me costaba decidir qué deseaba más.

Miré hacia abajo y acaricié suavemente mi vientre, que ya no dejaba espacio para dudas. Estaba claramente embarazada. Ya no se trataba solo de cambios internos o antojos raros: era visible.

— ¿Tú qué quieres? — Le pregunté a Harry sin girarme.

— No lo sé, pero quiero que tenga tus ojos  — Respondió con una sonrisa.

Miré mi vientre. Ya era evidente. Estaba creciendo dentro de mí. Y hoy íbamos a saber quién era. Pero por ahora, saber que estaba allí era mucho más que suficiente.

Cuando abrí la ventana esa mañana, lo primero que sentí fue el aire suave de la primavera entrando en la habitación. Londres ya no era gris. Las flores en el jardín estaban en plena explosión de color, el cielo despejado, y por un momento me pareció que todo estaba en su lugar.

Después de que terminé de llorar, con los ojos todavía algo hinchados pero el corazón más tranquilo, Abby llegó a la habitación con una bolsa en cada mano y esa sonrisa suya que siempre parece tener una respuesta para todo.

— ¿Estás lista para saber si vas a tener que aprender a trenzar o a patear pelotas? — Bromeó, dejando las bolsas sobre la cama.

— No lo sé — Le respondí, todavía medio emocionada — Estoy lista para llorar otra vez, eso seguro.

Abby se rió y se sentó a mi lado, acariciando su propia barriga que crecía junto a la mía como si todo esto hubiese sido planeado, aunque no lo fue. Me ayudó a arreglarme con esa suavidad que sólo una mejor amiga embarazada puede tener: sin prisas, con manos firmes, entendiendo cada silencio. Me pasó la base con cuidado, me peinó el cabello con paciencia, y hasta me prestó un par de aros que ella había usado en su fiesta de revelación, hacía dos semanas.

INVISIBLE STRING [H.S] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora