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El cuarto olía a sábanas tibias y a piel. Mi respiración todavía no se normalizaba del todo, pero él ya se movía con esa energía suya que a veces me irrita y a veces me desarma. Esta vez, me desarmaba.

Harry me besó la frente con una sonrisa tonta y se levantó, caminando desnudo hasta el perchero donde dejó el pantalón de pijama. Ni siquiera lo buscó a tientas; se lo puso con esa calma de quien ya no tiene que impresionar a nadie.

— Voy yo — Murmuró, cuando se escuchó el balbuceo de Theodora desde su cuarto.

— Gracias — Respondí sin mirarlo, con la voz ronca. Tenía una pierna fuera del cobertor y el cabello hecho un desastre. Sonreí un poco mientras lo oía alejarse. Sabía que esa sonrisa me iba a durar poco. Tenía que volver al estudio en menos de una hora.

Estábamos agotados, pero felices. Desde que hablamos en el cumpleaños de Dora sobre intentar tener otro bebé, era como si los dos hubiéramos encendido un interruptor interno. Nos buscábamos con una desesperación que no tenía tanto que ver con la urgencia, sino con el deseo de que, esta vez, saliera bien.

Me senté al borde de la cama y suspiré, recogiendo mi ropa interior del piso. Afuera el sol apenas se colaba por las cortinas. El café no se iba a preparar solo, pero no me iba a mover hasta escuchar la risa de Theodora. Siempre me gustó cómo se le iluminaba la voz cuando Harry le hablaba en las mañanas. Aunque no se acordara, ella siempre se reía con él primero.

Escuché sus pasos antes de verla. Bueno, los de Harry, claro. Los de Dora todavía no hacen ruido, pero su vocecita sí. Venía canturreando algo que seguro se inventó recién, como si ya arrancara el día en modo musical.

— Miren quién se despertó energética  — Dije desde la cocina cuando los vi entrar.

Harry tenía el cabello hecho un desastre y traía a Dora en brazos, con su pijama de ositos y esa sonrisa enorme que pone cada vez que ve algo que le gusta. Apenas me vio, estiró los brazos como si no me hubiera visto en años.

— ¡Ma.. mamá! — Gritó, feliz.

El corazón se me derritió un poco. Me agaché para abrazarla y ella se lanzó sobre mí con esa energía desbordante que tiene desde que nació. Una mini explosión de alegría.

— Buenos días, cariño — Le dije, dándole un beso mientras ella se me prendía del cuello.

Harry se dejó caer en una de las sillas como si hubiera corrido una maratón. Yo llevé a Dora hasta su sillita alta, la acomodamos en la mesa y le puse fruta picada y un poco de avena tibia. Enseguida empezó a comer como si llevara horas despierta.

— ¿Y tú, estás lista para ir a trabajar con mamá hoy? — Le pregunté mientras me servía café.

Dora me miró con esos ojos gigantes, idénticos a los de Harry, y negó con la cabeza. Lenta, exagerada. Una vez. Dos veces. Otra más.

Los tres empezamos a reírnos. Harry soltó un “no lo puedo creer” y yo casi derramo el café de la risa, había aprendido varias cosas que las usaba en situaciones imprevistas.

— ¿Eso es un no oficial, señorita Theodora Mae? — Le dije mientras le limpiaba la boquita con una servilleta.

Ella volvió a negar, encantada de su nuevo talento. No paraba de sacudir la cabeza, como si lo hubiera estado ensayando toda la noche.

Me quedé observando a Dora unos segundos. Estaba totalmente concentrada en empujar una frambuesa con su cucharita, con el ceño fruncido como si fuera lo más importante del mundo.

— Parece que alguien no quiere ser mi asistente hoy — Comenté, y Dora volvió a negar, como si me contestara en serio haciéndonos reír a los dos.

INVISIBLE STRING [H.S] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora