INVISIBLE STRING [H.S]

39

La luz del sol se colaba suavemente entre las cortinas, bañando el cuarto con una tonalidad cálida y dorada. El aire fresco que entraba por la ventana me envolvía mientras me despertaba.

Max, acostado al pie de la cama, levantó la cabeza al escucharme moverme, y me dio una mirada somnolienta antes de volver a acomodarse en su rincón. Harry aún dormía, abrazado a la almohada, ajeno a todo. Me quedé unos minutos observándolo, disfrutando de la tranquilidad de este momento.

Me levanté con cuidado, intentando no hacer ruido. Me dirigí a la cocina, donde el aroma del café pronto comenzó a llenar la casa, un pequeño consuelo en medio de todo lo que había pasado. Max, que me había seguido con la mirada, ahora se estiraba y se levantaba con una energía renovada, como si supiera que el día apenas comenzaba. Cuando el café estuvo listo, me tomé un momento para disfrutarlo en silencio. El murmullo lejano del mar era todo lo que rompía la calma.

Cuando Harry despertó, fue de la forma más tranquila, sin prisa, como si el tiempo se hubiera detenido solo para él. Me rodeó por la espalda, su abrazo un recordatorio de que, a pesar de todo, estaba aquí.

— ¿Qué haríamos sin ti, Maddy? — Dijo, su voz aún arrastrando el sueño.

Sonreí y me giré hacia él, respondiendo con un susurro — Probablemente sobrevivirian, pero no sería tan agradable.

Max, como si entendiera la conversación, se acercó y se sentó a nuestro lado, esperando su turno para recibir caricias. Le acaricié la cabeza, y él, feliz, se acomodó en nuestros pies. En silencio, los tres nos sentamos en la terraza, el aire fresco de la mañana rozándonos la piel mientras observábamos el paisaje. No hacía falta hablar para entender que este momento era todo lo que necesitábamos: calma, compañía, y un respiro del mundo.

Tomé un sorbo de café y miré las montañas en la distancia, mis pensamientos vagaron hacia el día, hacia lo que vendría, pero por ahora todo parecía estar en su lugar. No me sentí tan perdida como otras veces. La paz que había en este lugar, rodeada de Harry y Max, me recordaba que aún podía encontrar consuelo en las pequeñas cosas.

El desayuno se había convertido en una de esas pequeñas rutinas que valían más que cualquier otra cosa. La mesa estaba llena de lo simple: tostadas, mermelada, frutas frescas y, por supuesto, el café recién hecho. Nuestro perro, como siempre, se había colocado cerca de nosotros, esperando su parte mientras tomábamos asiento en la mesa, en silencio.

El sol entraba a través de la ventana, iluminando la cocina con una luz suave que apenas tocaba las paredes, y por un momento, el mundo parecía desacelerar.

Harry estaba más despierto ahora, pero aún en ese estado tranquilo, casi perezoso. Su mirada se perdía en el paisaje a través de la ventana, mientras se llevaba lentamente un trozo de pan a la boca. Yo lo observaba en silencio, disfrutando de la paz que nos rodeaba, del pequeño espacio que habíamos creado juntos, lejos de todo lo demás. No había prisas, ni conversaciones forzadas; solo el sonido del café derramándose en las tazas y las suaves risas que se escapaban de vez en cuando.

Max se acercó a mí con una mirada expectante, y le lancé un trozo de pan que atrapó con entusiasmo. Había algo tan reconfortante en esos momentos sencillos: el perro en sus propios pensamientos, Harry perdido en la calma del desayuno, yo simplemente aquí, en paz. A veces, el silencio no necesitaba ser lleno con palabras. La compañía era suficiente.

La calma era la protagonista de esa mañana. No era solo el aire fresco que entraba por la ventana ni el café que sabía a hogar; era algo más profundo, un respiro que solo podíamos encontrar juntos. Los minutos pasaban sin que los notáramos, y mientras el sol ascendía en el cielo, nos quedamos allí, disfrutando de la tranquilidad, de la quietud que tanto necesitábamos.