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Me desperté con una sensación suave en la mejilla. Al principio, creí que era el sol, pero no tardé en darme cuenta de que era una manito. Luego otra. Después, un golpe torpe, directo a la nariz.

— Mammmá… mamáaaa… — Dijo una vocecita ronquita, arrastrando las sílabas con entusiasmo, como si me hubiera estado esperando toda la vida.

Abrí los ojos y ahí estaba ella. Theodora. Sentada encima mío con el pañal medio torcido, los cachetes inflados de sueño, el pelo hecho un nido, y esa cara irresistible de bebé que cree que el día ya empezó para todo el mundo solo porque ya empezó para ella.

— ¿Qué hacés tan despierta, chiquita? — Murmuré, con la voz todavía tomada y una sonrisa que se me formó antes de poder evitarla.

En vez de responder, se me tiró encima como un koala y se rió con la panza, contenta de que su plan de despertarme hubiera funcionado. Me cubrió de besos torpes, húmedos y desordenados, mientras yo intentaba protegerme entre las sábanas, sin mucho éxito.

Entonces, la puerta del cuarto se abrió de golpe, sin siquiera un toque.

— ¡Buenos días, futura Styles! — Anunció Abby, entrando con su tono de siempre: el de una mejor amiga que no sabe lo que es el volumen moderado — Ya está el desayuno. Tu mamá y las tías invadieron la cocina, hay frutas cortadas, pan fresco, café y drama. Básicamente, un brunch italiano con acento árabe.

— ¿Qué hora es? — Pregunté entre risas apagadas, sentándome con Dora aún en brazos.

— Hora de dejar de ser prometida y prepararse para ser esposa — Dijo, cruzándose de brazos —  Vamos, te traje tu bata. Hoy se casa mi mejor amiga y no se puede llegar tarde a eso.

Dora gritó algo parecido a “¡casaaa!” y empezó a aplaudir como si supiera exactamente lo que estaba pasando.

Me reí sin poder evitarlo. Me incorporé del todo y estiré el brazo hacia el respaldo de la silla, donde colgaba mi bata blanca de novia. Tenía un bordado delicado en la espalda que decía Bride en hilo dorado, y al tocarla, me invadió algo que no esperaba: una calma hermosa, cálida, como si todo absolutamente todo tuviera sentido.

Me la puse despacio, cerrando los ojos por un momento. No había nervios. No había ruido en la cabeza. Solo esa sensación en el pecho, esa mezcla entre gratitud y ternura que me hacía querer congelar el minuto.

— Listo, ahora sí — Dije, respirando hondo.

Abby ya tenía a Dora en brazos, y la niña ya tironeaba hacia la puerta con emoción.

— Vamos al baño. Hay que revivir esa cara de diva y fingir que dormiste ocho horas — Me dijo Abby, guiñándome un ojo.

Entramos juntas. El baño tenía baldosas de piedra gastadas, el lavabo de cerámica pintada, y una ventana abierta que dejaba entrar el aroma del campo: flores silvestres, lavanda, pan caliente desde algún rincón de la casa.

Apoyé las manos en el mármol claro del lavamanos y me miré al espejo. Los ojos algo hinchados, el pelo enredado por la almohada, y sin embargo... me sentía más yo que nunca.

Mi hija pataleaba felizmente en brazos de mi mejor amiga mientras pedía su cepillo de dientes. Se lo alcanzamos, y ella empezó a moverlo por la boca con más entusiasmo que técnica aunque tuviera muy poco que limpiar.

Bajé las escaleras con Theodora en brazos y Abby a mi lado, todavía con la bata blanca atada floja a la cintura y el pelo medio desordenado, siguiendo el olor delicioso que subía desde la cocina como una invitación imposible de ignorar: café, pan tostado, mantequilla derretida, frutas dulces.

INVISIBLE STRING [H.S] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora