Paranormal 22

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La cosa parecía estar perdiendo la batalla, no contra ella, sino contra la muerte que finalmente se estaba apiadando del cuerpo que se había robado y luchaba encarnizadamente con aquella cosa desalmada para quitárselo, a Giselle se le acababa el tiempo, si aquella cosa se le escapaba de entre las manos antes de que pudiera sacarle la información de cómo desterrarlo de su vida y de las vidas de las personas a las que amaba, no lograría hacerlo más, por lo menos no en ese momento en que lo tenía débil, herido y vulnerable, bajo su mano. La chica sabía, instintivamente, que si lo dejaba ir, aquella cosa saldría de ahí, dejándola encerrada e iría a buscarse un nuevo cuerpo para venir a terminar lo que había empezado... y tenía el horrible presentimiento de que aquel nuevo cuerpo sería el de Tristen Rogers...

Giselle tenía una aterradora y pasmosa capacidad de meterse en las mentes de los malvados y su cabeza había llegado a la misma conclusión que veía brillar en aquellos ojos lechosos: si él se le escapaba en ese momento, iría por el chico que hacía que su corazón revoloteara en su pecho, lo poseería y se lo ofrecería, quizá ella no lo rechazara si él tenía el cuerpo en el que vivía la persona a la que ella... a la que ella... lo que fuera que sintiera por el hijo de Steve Rogers.

No, tenía que terminar aquello ahí, en ese momento, después de haber conseguido la información que necesitaba.

Echando mano de esos conocimientos oscuros y terroríficos que había obtenido a instancias de Nick Fury y a espaldas de su madre, padre y tío Steve, Giselle se inclinó hacia aquella cosa y deslizó los dedos entre la herida abierta en el pecho, podía ver su objetivo al final: el palpitante corazón que tartamudeaba, como rebelándose, en aquel cuerpo putrefacto; no pudo evitar una mueca de asco al sentir la sangre coagulada y espesa resbalarse sobre su piel, pero finalmente, las puntas de sus dedos se encontraron con el músculo trémulo y duro y presionó, sintiendo como la carne luchaba contra la fuerza que de pronto la constreñía; no lo mataría, pero le causaría dolor... mucho, mucho dolor.

-Habla, ahora... -Le ronroneó, casi avergonzándose de la oleada de placer que la recorrió al ver que él comenzaba a boquear, tratando de controlar el alud de dolor que ella sabía que le estaba causando. Se revolvió, pero Giselle era más fuerte y estaba desesperada... eso y, bueno, no es inteligente luchar contra alguien cuyos dedos se aferran a la pequeña bomba que te mantiene funcionando -Ahora -Volvió a sisear Giselle, presionando más hasta que sintió cómo las otras cámaras del corazón, que de por si tenían ya sobre trabajo con aquella sangre espesa y grumosa, se atascaban con el líquido que no podía pasar a la que ella mantenía estática -¿Cómo me deshago de ti?

La cosa la observaba con un malsano placer lleno de pánico que hizo que una burbujeante nausea le subiera por la garganta, aparentemente encontraba excitante ver a la Súper Soldado en acción, y eso sólo casi la hizo retraerse y alejarse, pero no podía hacerlo: quería salir de ahí, quería proteger a su familia y a los que amaba... y... sobre todo, quería estar segura de que nunca volvería a caer en las garras de aquel demonio, de aquel íncubo que aún en ese momento, sangrando y sufriendo bajo su tortura, trataba de acariciarle el muslo.

Sin moverse de la posición que tenía, de la presión que ejercía sobre el corazón de aquel cuerpo maltratado, Giselle bajó la pistola que apuntaba entre las cejas sólo el tiempo suficiente para disparar en la mano que le acariciaba la pierna, volándole una buena parte de los dedos y dejándose una larga quemadura que la hizo sisear y presionar hasta que sintió un ligero crujido bajo las yemas de sus dedos... había escuchado una vez que las personas si podían morir por tener el corazón roto, que los pequeños ligamentos del corazón podían romperse y el órgano perdía la forma y la consistencia... no lo había creído, hasta ese momento en que sintió la ruptura debajo de sus dedos que presionaban y lo vio jadear de dolor mientras se ponía lívido. -¡Ahora! -Le gritó, volviendo la pistola a apuntar entre sus cejas; no tenía nada que perder... pero él tampoco... y eso la aterraba.

Pero había acertado en una suposición: mientras aquel cuerpo estuviera "vivo"... en el estatus vital en que se encontraba en ese instante, aquella cosa estaba aprisionada en esa carne maltratada y podía sentir todo el dolor que ella era capaz de causarle, y era mucho el dolor que Giselle sabía infligir sin tener que llegar al extremo de matar... aún.

-M-mi nombre secreto... -Murmuró la cosa, tan bajo que ella casi lo tomó por un siseo de dolor hasta que continuó -Tienes que decirlo, señalando claramente que me destierras de tu vida y de las vidas de quien quieras y me iré...

-¿Cuál es tu nombre secreto? -Preguntó Giselle, no obtuvo respuesta; pero no estaba dispuesta a dejar las cosas así ahora que estaba tan cerca de lograr su cometido. Con un mismo movimiento, empujó sus dedos, rasgando el pericardio mientras pegaba el humeante cañón de su arma sobre la grisácea frente de lo que una vez había sido un hombre. Una fea marca roja llena de pequeñas vejigas apareció donde había presionado. Giselle no estaba bromeando. -¿Cuál es tu nombre? -Le gruñó obteniendo la satisfacción de que él casi suspirara:

-Alpiel... me llamo Alpiel...

Una sonrisita le curvó los labios a Giselle mientras murmuraba con voz lúgubre:

-Alpiel, yo te recluyo en esta habitación, entre estas cuatro paredes, por toda la eternidad. No te acercarás a mí ni a nadie a quien yo le tenga aprecio de algún tipo, de ninguna manera. No podrás marcharte nunca... y me dirás cómo demonios puedo largarme de este maldito sitio... -Algo, una certeza de que estaba hecho, la invadió. Su pulgar acarició el martillo de la pistola y su índice empujó el gatillo. Sintió la bala recorrer el cargador, el cañón y salir con una explosión hasta entrar en la cabeza del hombre, en el punto que había quemado, estaba segura de que era momento de dejarlo libre pues ya no podría tocarla en su forma espiritual y estaba compelido a decirle cómo alejarse. La misma certeza la llenó de que no habría más sangre de la escasa que había salpicado, con esa materia que alguna vez había sido gris, el respaldo del sillón... y entonces Giselle se encontró frente a frente con una figura nebulosa y ridículamente atractiva que la observaba con contenida rabia a una distancia suficiente como para que no pudiera ni acercarse a ella.

Las ventajas de ser una meta humanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora