Boom-Boom

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Giselle se paró frente al espejo del baño del hospital y se abrió la bata que llevaba puesta, hacía frío, y el frío la hizo jadear cuando sus pulmones dolieron por la sensación térmica que la rodeaba y que entraba en su cuerpo con cada inspiración.

Su mirada titubeó un momento, no sabía si quería ver lo que encontraría si bajaba los ojos, aunque se obligaría... Esa era la idea que perseguía al arrastrarse fuera de la cama y dentro del baño que no había usado hasta ese momento.

Sus manos subieron trémulas hasta encontrar los bordes de los apósitos que cubrían su pecho... Tantos... ¡Demasiados! En ese instante se sentía más vendas que muchacha y aquello no ayudaba mucho a hacerla sentir mejor, algo que, muy en el fondo, sabía que buscaba en aquella habitación de azulejos helada, frente a ese espejo que estaba a punto de mostrarle ese cuerpo convertido en un pálido jarrón de porcelana reconstruido, una extraña vasija convertida en un frankenstein de alabastro lleno de cicatrices.

Se arrancó las gasas con un jadeo dolorido, luego se detuvo del lavabo y se forzó a levantar la vista...

Ahí estaban todas las cicatrices de su pequeño asunto en Nigeria... Y ahí, entre sus pesados senos, la cicatriz que parecía partirla a la mitad... Y entonces, pese a que su sangre no era suficiente para circular por sus venas sin hacerla sentir mareada, se ruborizó, nieve entre rosas, entre lineas oscuras de las cicatrices, cuando se dio cuenta de que los médicos la habían tocado de una manera más intima que cualquier otra persona, habían sostenido su corazón en sus manos y lo habían remendado, masajeándolo para seducirlo a seguir latiendo... Y ahora lo hacía... Un boom-boom sonoro y discordante que hacía que un dolor sordo la recorriera... Y algo le decía que ese latido robado la acabaría matando tarde o temprano.

Las ventajas de ser una meta humanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora