Prólogo

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El enemigo cayó al piso en un ruido sordo, dejándole el camino libre hacia la guarida. No sintió la mínima pena por su muerte, pues había sido él quien la provocó. Se limpió las manos en la ropa y notó entonces, el corte que la katana del shinobi rival le había hecho.

No era grande, así que no le tomó importancia. Después de todo, era un ninja excepcional, poderoso e inexpresivo. Más de lo que alguna vez fue en Konoha, su aldea natal.

Rodeó el cuerpo de su enemigo y se dispuso a continuar con su viaje.

Le faltaba poco menos de diez kilómetros para llegar y darse una merecida siesta. ¡Vaya que la necesitaba! La aldea más cercana había sido más lejana de lo que pensaba, y encima estaba el inevitable hecho de ser un ninja renegado lo que lo obligaba a estar las veinticuatro horas del día con los sentidos alertas, en caso de cualquier peligro. Maldito Orochimaru, y malditos sus experimentos, pensó. Saltó hacia la rama del árbol más próximo, y prosiguió de esa forma por unos minutos más, obviando el dolor que sentía en el costado. El ardor y las dos veces que casi pierde el equilibrio debió alentarlo a detenerse y buscar ayuda, pero no lo hizo hasta que fue demasiado tarde.

Las ramas crujieron bajo el peso de un cuerpo proveniente desde lo alto de un árbol, atrayendo la atención de una muchacha que paseaba recolectando hierbas medicinales.

La joven de cabellos tan negros como el azabache inconsciente, corrió hacia el desconocido para pronto darse cuenta de la herida que tenía en su torso desnudo.

—Aléjate.—terció el herido, abriendo apenas sus ojos y visualizando entre sus párpados a una chica arrodillada cerca de él.— Aléjate.— repitió.

La aludida negó con suavidad al tiempo que sacaba de su bolso un escalpelo.

—Te ayudaré.

—¿Eres un ángel?— murmuró, sintiéndose estúpido.

Una cantarina risa surgió de los labios rosados de la chica, anclándolo unos segundos más en la tierra.

—Calla. No dejaré que nada malo te ocurra.

Definitivamente era un ángel, fue lo que pasó por la mente de Sasuke y antes de cerrar los ojos y en parte porque creía que las probabilidades de morir eran mayores que las de vivir, se permitió decir las siguientes palabras:

—Nunca creí que los ángeles fueran tan hermosos.



Kimi ga suki | Tú me gustasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora