Capítulo 11

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El silencio predominaba a excepción de los quejidos y la respiración dificultosa de alguien.

—Solo un poco... ¡Solo un poco más! —Repetía una y otra vez Orochimaru.

En esos momentos en los que se encontraba acostado en su cama y mientras Kabuto lo revisaba, sentía su vida escapar de sus manos, el poder irse y el cuerpo entumecerse cada vez más. El dolor era tan fuerte que debía mantenerse encerrado en su habitación todo el tiempo, pues apenas si podía moverse bien. Incluso respirar se había vuelto un esfuerzo inhumano, las costillas le dolían como si los huesos estuvieron fracturados.

Moriría pronto...

La hora había llegado.

Debía apresurarse para llevar a cabo el cambio con la azabache y así obtener su nuevo cuerpo.

—...Ya han pasado tres años —Comentó su sirviente, mirando la carta que tenía en sus manos; recordando aquellos días en los exámenes chunin.

—Olvídate de eso, Kabuto. Encárgate de preparar lo que haga falta —Ordenó el sannin de mal humor—. Muy pronto tendré mi nuevo cuerpo, eso es en lo que debes pensar ahora —diciendo eso, una sonrisa se mostró en su rostro, aunque más pareció una mueca.

En la mente de Orochimaru, la imagen de Yumi con el Nisshokugan activo estaba plasmado. No había dejado de pensar en ese poder que pronto sería suyo. Lo ansiaba con cada célula de su cuerpo, y pronto lo tendría. Pronto sería casi invencible.

—¿Quién iba a pensar que la suerte me sonreiría al final? Que una kunoichi del casi extinto clan Hikari, vendría aquí. Eso es tener suerte —Siguió con los ojos cerrados suavemente.

Kabuto que ajustó sus lentes observando su sonrisa, se mantuvo serio sin responder nada a eso. No sabía si era suerte o destino, pero el caso era que estaba allí, y que pronto su consciencia y su vida se apagarían para recibir la de su Lord.

—Es una lástima no haber podido emparejar a esos dos —Volvió a hablar el mayor, riendo apenas unos segundos, antes de sentir cómo su torso le reclamaba—. Hubiera sido bueno tener en nuestras manos a un niño con ambos de esos ojos.

Nuevamente, Kabuto volvió a asentir, para luego seguir oyendo al Sannin lamentarse sobre el niño ni siquiera concebido de ambos clanes y las instrucciones que debía seguir al llevar a Yumi hasta allí. Le daba algo de lástima la chica, debía admitirlo, pero ella salvaría a Orochimaru, así que estaba bien. Cualquier sacrificio estaba bien.

En otro lado del escondite subterráneo, en una de las tantas habitaciones alejadas de la del Sannin, dos chicos entrenaban en una habitación alejada. Las cuchillas salían volando, las espadas chocaban y los movimientos como los de una danza no dejaban de ejecutarse desde la mañana. La chica empezaba a volverse cada vez más lenta, mientras que él se imponía y daba certeros golpes muy cerca de su cuerpo. Sasuke había dejado de ser suave en sus peleas, y eso se notaba a metros de distancia. No parecía una lucha amistosa. No parecían aliados.

—¡Si no eres rápida, mueres! —gritó Sasuke, empuñando con rapidez la katana hacia Yumi que, con algo de dificultad y suerte, logró esquivar.

Tragando saliva nerviosa, observó que el sharingan activo de su senpai lucía algo diferente al que había visto antes. Era como si el color rojo se hubiera vuelto más oscuro, o como si su mirada fuera peligrosa, llena de un odio que no tenía sentido. ¿Por qué la miraba de esa forma? ¿Qué había hecho? No lo sabía. Desde hace una semana el Uchiha había estado del peor humor, más que en los primeros días de conocerse, y el entrenamiento ahora era un lucha de vida o muerte, o al menos así le parecía a ella al verlo arremeter sin piedad.

Kimi ga suki | Tú me gustasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora